Para algunos estudiosos, 2014 es el año en el que inicia la gran ola populista en el mundo. Es el año en el que Recep Tayyip Erdogan cambia su vocación de reformador, en Turquía, para empezar a encarcelar periodistas y opositores, y abrazar la ideología nacionalista basada en la religión. Es también cuando llega al poder en India Narendra Modi, quien también venía de hacer reformas modernizadoras en su provincia natal de Guyarat. Llegó con esa aura de tecnócrata y muy pronto se convirtió en la imagen misma del populista clásico.

La imagen de Modi está en todas partes en India. Las cartillas de vacunación venían con la foto del gran líder, a quien había que agradecer personalmente. Sin pudor alguno, medios oficiales lo han calificado como “vishwaguru”: “el maestro y guía del mundo”. Es cierto que su lado tecnocrático ha subsistido, pues ha alentado el desarrollo económico y la construcción de infraestructuras. Estableció el programa “Made in India”, un intento de competir con China en manufacturas para exportación.

Ha logrado ensanchar el perfil de la India, aunque en parte se explica por el declive de China. Gracias a los errores de Xi Jinping (el asfixiante y prolongado confinamiento, que desarticuló las cadenas de suministro; el retroceso en la libertad comercial; la persecución de empresarios; el desastre en el sector inmobiliario y la connivencia con Rusia después de la invasión a Ucrania, provocando un eje hostil hacia occidente), la India ha adquirido una nueva fuerza, por el efecto comparativo. La actitud agresiva de China ante sus vecinos (Vietnam, Japón y Filipinas), más el sojuzgamiento de las libertades en Hong Kong y la amenaza constante a Taiwán, han provocado que muchas empresas (el caso emblemático es el de Apple) se relocalicen en países más amigables (“friendshoring”), como la India.

El crecimiento económico del país, que superó el 8% en los últimos meses, sorprendió a los analistas bursátiles, mientras que China se quedó en 5%, con expectativa a la baja para los próximos años. Hoy a India se le abren todas las puertas (todo el mundo le coquetea, en el nuevo reacomodo geopolítico, por su posición de no alineamiento), mientras que China sigue con los mismos aranceles impuestos por Trump en su guerra comercial, y que Biden no revirtió.

Otro factor que ahora favorece a India sobre China es su demografía, habiéndose convertido en el país más poblado, con clara tendencia de crecimiento, mientras que la población China no hará más que descender (se prevé que llegue a 800 millones de habitantes para fin de siglo), perdiendo el bono demográfico que le

permitió ser el exportador más competitivo del mundo durante décadas. India es la quinta economía del mundo, superando a Francia y Reino Unido.

Todos estos elementos le favorecen a Modi, aunque este “Indian Moment” no oculta que las libertades y las minorías son cada vez más reprimidas. Reporteros sin Fronteras ya ubica a la India en el lugar 161 de 180 países, en cuanto a libertad de prensa. El afán de control ha llegado incluso a Bollywood, que ahora prefiere autocensurarse. Según un estudio, en la India triunfalista de Modi, los delitos de odio han subido 300%. Y su ley de ciudadanía es una vergüenza para el mundo, pues ofrece asilo a refugiados provenientes de países fronterizos, pero sólo si demuestran ser de religión hindú…

Raíces del extremismo

El partido de Modi, el Bharatiya Janata (BJP), bebe de la ideología hindutva, de exacerbación religiosa, que culpa a los musulmanes por los males del país. También se nutre de algo más radical y escabroso: las doctrinas del Rastriya Swayamsevak Sangh (RSS), una organización violenta de extrema derecha, calificada como fundamentalista. Para esta formación, hoy más empoderada que nunca, la de Mohandas Gandhi no es la figura que se debe venerar, sino la de Nathuram Godse, el fanático que lo asesinó. En los festivales religiosos ahora se ven carteles del magnicida en las calles, lo que para la columnista del Washington Post de origen indio musulmán Rana Ayyub, “sería el equivalente en Estados Unidos de poner carteles de John Wilkes Booth en un desfile del Día de los Presidentes”.

Un indicador palpable es que en el día de Gandhi, uno de los principales feriados, la tendencia en X fue precisamente Godse. “El Mahatma ahora es vilipendiado por los extremistas por no haber establecido un gobierno hindú cuando tuvo la oportunidad –escribe Ayyub–. En cambio, Gandhi abogó por la unidad hindú-musulmana en un estado secular”.

Godse, quien quiso dos veces asesinar a Gandhi hasta que lo logró en el tercer intento (él lo había perdonado, y por ello salió de la cárcel), decía que el padre de la patria era más bien el culpable de que Pakistán se hubiera conformado como país separado, y esa es la narrativa que ahora pervive, a pesar de la incorrección, puesto que Gandhi siempre se mostró en contra de la partición. Godse es ahora quien está de moda.

Modi ha hecho referencia a M.S. Golwalkar, quien dirigía el RSS en el momento del asesinato, como “una gran inspiración”, recuerda Ayyub. Refiere que fue Golwalkar quien declaró en un mitin de la derecha hindú el 7 de diciembre de 1947 que “Mahatma Gandhi quería mantener a los musulmanes en la India para que el Partido del Congreso se beneficiara de sus votos”. También dijo, un mes antes del magnicidio: “disponemos de los medios para silenciar a esos hombres; es nuestra tradición no ser hostiles a los hindúes, pero si nos vemos obligados, tendremos que recurrir a ese camino”.

Nadie mejor que Rana Ayyub para relatar la profunda transformación que ha tenido la India. Ella ha vivido toda su vida la violencia y la discriminación sectarias, desde que tenía nueve años y tuvo que ser evacuada en cuestión de minutos junto con su hermana de 14, por un vecino que las llevó a una comunidad sij y las mantuvo ahí durante dos meses, mientras pasaban los pogromos antimusulmanes que terminaron con la vida de más de mil personas, con cientos de violaciones, en 1992.

Modi invoca a Gandhi cuando le conviene, sobre todo cuando está con dignatarios extranjeros. En casa, permite aberraciones como la celebración del día del asesinato de Gandhi como “Día de la valentía”, por organizaciones como Mahasabha, afiliada al RSS. “En junio pasado, el ministro de Unión de Modi, Giriraj Singh, llamó a Godse ‘el buen hijo de la India’ –recuerda también Ayyub–. El secretario general del Partido del Congreso, K.C. Venugopal, dijo ante eso: ‘el silencio del primer ministro indica que aprueba cada una de sus palabras’”.

Y, por supuesto, el revisionismo ha llegado a los libros de texto, en los que ahora no se encuentra “el hecho de que Gandhi defendiera la unidad hindú-musulmana y se opusiera al mayoritarismo hindú después de la Independencia”.

Las elecciones más grandes de la historia

Correspondiente al tamaño de la nación-continente, las elecciones durarán 44 días, en siete fases, empezando el 19 de abril y hasta el 1 de junio, con un padrón de más de 900 millones de personas. El partido en el poder lleva una holgada ventaja, con 42%, contra el 38% de la oposición, en los agregadores de encuestas. Alguien que azuza la división, el fervor religioso y el nacionalismo, es difícil de vencer.

La oposición se agrupa en una coalición de más de 40 partidos en torno al tradicional Partido del Congreso, a la que han llamado I.N.D.I.A., siglas de Alianza Inclusiva de Desarrollo Nacional de la India. La palabra “inclusiva” no sólo es necesaria para lograr el singular acrónimo, sino que es parte de una filosofía que se perdió en el camino, la que dio pie a ese experimento de país incluyente, a favor de la igualdad entre castas y religiones, en clara contraposición con el BJP.

Con todas sus imperfecciones, Gandhi y Nehru siempre lucharon porque en la India tuvieran los mismos derechos los cristianos, los musulmanes y los hinduistas. Los brahamanes que los “intocables”. Hoy ese legado está en peligro y se le vilipendia, mancillando una memoria que en realidad no es un orgullo ni un logro de una sola nación, sino de la humanidad entera.

A pesar de sus impecables convicciones religiosas, el Mahatma nunca impuso su credo a nadie ni rechazó a ninguna otra confesión (lo que, quizás, sea indicio de una espiritualidad verdadera). Y, por supuesto, siempre predicó la no violencia, empezando por él mismo, poniéndose en primera fila para recibir la represión de los británicos sin levantar una mano de resistencia.

Hoy en India se estigmatiza a los miembros del Partido del Congreso, señalándolos como “antinacionales”. Las pandillas hindutva salen a “cazar” musulmanes que supuestamente comen ganado vacuno. Se enfrentan violentamente a activistas musulmanes y provocan linchamientos. También se meten con las parejas interreligiosas.

En Manipur, el año pasado, las turbas incendiaron iglesias y más de 8 mil casas, provocando cientos de muertes entre las comunidades cristianas. En todo el país hay una ofensiva de desinformación a través de grupos en las aplicaciones de mensajería instantánea, que difunden bulos sobre musulmanes que violan mujeres hindúes o sacrifican vacas en determinados barrios. Todo eso lo permite Modi, y lo favorece con su narrativa. Un líder popular, sin duda. El líder más popular del mundo…

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