El 27 de febrero de 2002, cientos de fieles hinduistas regresaban en tren de una peregrinación a Ayodhya cuando, en la estación de Godhra, se suscitó una discusión que se convirtió en violencia generalizada. Todo terminó con el incendio de cuatro vagones del tren, muriendo quemadas 59 personas.
Eso propició una oleada de disturbios y cacería de musulmanes en todo el estado de Gujarat, que no se detuvo hasta que, semanas después, las turbas terminaran de saciar su sed de sangre, con un saldo de más de mil muertos. Los distintos comités de investigación posteriores registraron actos de una barbarie sin nombre.
El incendio se propagó por diferentes puntos del estado. En Ahmedabad, donde la mayoría de las casas del barrio musulmán de Gulbarg fueron quemadas, el exdiputado Ehsan Jafri, quien trató de detener a la muchedumbre rogándole que “perdonaran” a las mujeres y a los niños, fue descuartizado a machetazos y luego quemado, como los mismos perpetradores confesaron posteriormente. Después quemaron a los miembros de su familia.
Jafri era una figura pública notable, y era practicante del Janaseva, es decir, el servicio a todas las comunidades, sin distinción de credos. Por ello 150 musulmanes fueron a refugiarse a su casa, ante el arribo de los hinduistas. El ministro jefe de Gujarat en ese entonces, Narendra Modi, un nacionalista promotor del renacimiento hindú, fue acusado de aprobar la violencia. Si bien el Tribunal Supremo lo absolvió después de responsabilidad directa, no hizo prácticamente nada para detener las acciones violentas, y ese fantasma lo perseguirá toda su vida.
Hoy que la India se ha convertido en el tema internacional de todas las redacciones, por las peores razones posibles, la escritora Deepa Anappara recordó aquella matanza, diciendo que “los asesinatos de musulmanes de 2002 no mancharon el historial político de Modi, sino que, al contrario, pasaron a ser condecoraciones que exhibía con orgullo, al mismo tiempo que desde su estrado se burlaba de la oposición y los musulmanes”.
Populismo: zona cero
Modi llegó en 2014 a primer ministro de la India conjuntando su agenda con la del partido nacionalista hindú, el Bharatiya Janata (BJP). Cinco años después, en mayo de 2019, en la antesala de nuevas elecciones la revista Time publicó en portada su imagen con el título: “Narendra Modi el jefe divisor de la India”. Se preguntaba si la mayor democracia del mundo podría seguir siéndolo después de otros cinco años bajo el poder de ese hombre.
El autor del análisis, Aatish Taseer, profundo conocedor de la realidad de su nación, puntualizaba que, de todas las grandes democracias que han caído ante el canto de las sirenas del populismo, “la primera de todas fue la de India”. “Así como en sociedades tan distantes como Turquía y Brasil, Gran Bretaña y Estados Unidos” (eran los tiempos de Trump), “el populismo ha dado voz en India a un sentimiento de agravio entre las mayorías que está demasiado extendido como para ser ignorado, al tiempo que ha dado lugar a un mundo que no es ni más justo ni más atractivo”.
Profundizaba en las raíces de ese sentimiento de agravio, que, como se sabe, puede ser real o imaginario: “los preciados logros de la India independiente, como secularismo, liberalismo y prensa libre, pasaron a ser vistos a los ojos de muchos como parte de una gran conspiración en la que una élite hindú desarraigada, en connivencia con las minorías de las confesiones monoteístas, mantenía su dominio”.
El primer ministro se escudó en un discurso cada vez más agresivo cuando la economía se empezó a ralentizar y su bizarra medida de demonetización (que eliminó los billetes de alta denominación para, supuestamente combatir la corrupción) golpeó a las clases medias. Promulgó su ley discriminatoria, que facilita la adquisición de ciudadanía a los refugiados de todas las religiones, excepto musulmanes, lo que significó un escándalo internacional. Eso “contribuyó a reforzar la noción, tan electoralmente valiosa para el BJP, de que los hindúes, a pesar de ser el 80% de la población, están amenazados por fuerzas oscuras a las que sólo [Modi] tiene el valor de enfrentarse”, escribió The Economist en su momento, recordando los muchos linchamientos a muerte de musulmanes. “Al encender continuamente a los hindúes y enfurecer a los musulmanes, el BJP hace más probable un nuevo derramamiento de sangre”, sostenía.
Desde entonces se practica la persecución de periodistas y actores de Bollywood que muestran opiniones divergentes a la narrativa oficial. Los activistas o simples críticos con el gobierno en redes sociales son imputados judicialmente por el delito de sedición, por “crímenes” tan graves como apoyar comentarios de Greta Thunberg. Organizaciones como Freedom House y el Instituto V-Dem, con sede en Estocolmo, han degradado la calificación de la democracia india, al rebajarla al nivel de “autocracia electoral”.
El terror azafrán
Los discursos de odio, pronunciados por el propio Modi pero también por sus secuaces, no escasean. El ministro de asuntos internos, Amit Shah, comparó a los inmigrantes musulmanes con “termitas”, y peligrosos “infiltrados” bangladesíes que quieren robar “puestos de trabajo indios”. Y el partido ha posteado que van a “eliminarlos”.
El término “terror azafrán”, ha sido acuñado para designar la violencia del movimiento Hindutva, o de supremacía hindú. Uno de sus más destacados promotores es el monje Yogi Adityanath, impulsado por Modi para llegar a ministro jefe del estado más poblado del país, Uttar Pradesh, en donde ha impuesto leyes indignantes como la prisión durante 10 años para los hindúes que se casen con musulmanes y se conviertan a esa religión.
Ha declarado que los musulmanes que eligieron quedarse en India después de la partición con Pakistán, “no favorecieron al país”, y el movimiento que fundó, Yuva Vahini, azuza a los jóvenes a buscar musulmanes que supuestamente matan vacas (muchos han sido linchados). Es en su estado donde más periodistas han sido perseguidos con cargos de sedición. Antes de acceder al poder, tenía diversas acusaciones por sus discursos de odio, como decir que por un hindú muerto debería haber 100 musulmanes muertos.
La candidata del BJP para la ciudad de Bhopal, Sadhvi Pragya Thakur, fue procesada por ser la autora intelectual de un atentado terrorista en el que murieron seis personas, cerca de una mezquita. Llega un momento en que, como afirma Aatish Taseer, “el espectro del nacionalismo extremo y la criminalidad se vuelven inseparables”.
Con la actual crisis de covid, el compasivo monje Adityanath ha llegado a amenazar a los médicos que postean peticiones de insumos (como cilindros de oxígeno) con incautarles sus bienes. En el país en el que mueren cada día más de 4 mil personas y en el que el número oficial de decesos, de más de 300 mil, puede ser varias veces mayor según diversos cálculos, es imposible generar críticas. En enero de este año un exaltado Narendra Modi declaraba: “India ha salvado al mundo del desastre al poner la situación bajo control”. Permitió festividades religiosas como el Kumbh Mela, con millones de peregrinos, la mayoría de ellos sin cubrebocas, y continuó con los mítines políticos masivos. Siguiendo la narrativa triunfalista, el dirigente del BJP Tirath Rawat llamó a todos a participar en el Kumbh Mela, porque “estamos seguros que la fe en Dios superará el miedo al virus”.
Tras el desastre apocalíptico que vino después, Ashish Jha, decano de la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Brown, dijo que el Kumbh Mela “puede terminar siendo el mayor superpropagador en toda la historia de la pandemia”. India se convirtió en el ejemplo de todas las malas decisiones que se pueden tomar, pero el primer ministro ha dicho que existe una “conspiración extranjera” para desacreditar a la India.
Deepa Anappara recuerda que así se las gastan “casi todos los líderes autoritarios”, que nunca aceptan críticas. “En los últimos años, quienes se han atrevido a cuestionar su régimen han recibido el castigo en forma de inspecciones fiscales”. Otra autora que ha atestiguado la degradación de ese país, Vidya Krishnan, escribió en The Atlantic: “el modus operandi del gobierno consiste en negar los hechos, difundir mentiras y contar medias verdades que convierten los catastróficos fracasos en celebrados triunfos”. El ejército de personas contratadas por el gobierno para exaltar sus loas en las redes sociales se calcula en 500 mil.
Obra faraónica
Mientras la gente se muere en las calles y los cadáveres son arrojados de forma masiva a los ríos, el proyecto de reconstrucción del Parlamento y la residencia del primer ministro, en Delhi, no se ha detenido ni un minuto, al ser considerada obra “esencial”. El proyecto, que costará 2 mil millones de dólares y que tendrá 10 edificios en seis hectáreas, ha sido acusado de oneroso, destructor del medioambiente y de amenazar el patrimonio cultural. Un distinguido ex funcionario escribió en una carta abierta: “¿no deberíamos construir hospitales en lugar de esto? Cuánto más debe pagar la nación por elegir a un megalómano?”
El partido Bharatiya ha tenido que pagar un costo. En las elecciones de hace unos días perdió en estados que consideraba clave. El aura de invencibilidad de Modi ha sido cuestionada. Sin embargo, los analistas temen que su legado sean décadas perdidas, una herencia de división social y el derrumbe de las instituciones que forjaron los padres fundadores de esa nación, eminentes si los hay. El triste legado de los populistas.
“La idea fundacional del país era una unión de estados, con diversidad religiosa y liberal en la aceptación de esa diversidad –remata Vidya Krishnan–. La Constitución señala la ‘resolución’ de constituir una nación con ‘justicia, libertad de pensamiento, expresión y creencias, y promover entre todos la fraternidad’. En su ataque frontal a la prensa, a la verdad, el gobierno de Modi ha vaciado estas ideas y por tanto el alma de la nación. Los ciudadanos deben ser ‘fieles obedientes’, o bhakts, como se conoce a los partidarios de Modi”.
Por su parte, Aatish Taseer concluye: “Modi ha hecho que todo juicio moral parezca estar sujeto a las condiciones de la guerra de clases”. Cuando tuiteó “¿sabes cuál es mi crimen para ellos?, que una persona nacida en una familia pobre desafíe a su sultunato”, el escritor explica a quiénes se refiere con “ellos”: “la élite anglófona de la India, representada por el partido del Congreso, con lo que sugiere que los ‘herederos del dominio extranjero’ trabajan para impedir el surgimiento de una orgullosa nación hindú”. Así, manipulando los resentimientos del pueblo, reales o imaginarios, es posible que Modi se recupere electoralmente y sea capaz de imponer al próximo líder, en 2024. El aberrante monje Adityanath quizá ya se esté frotando las manos…