Apenas ayer escribía aquí sobre algo que se venía manejando y que cobraba cada vez más fuerza: la normalización de las relaciones entre Arabia Saudita e Israel. Era algo que se antojaba imposible apenas hace un año, pero que los líderes, desde Benjamín Netanyahu hasta Mohammed bin Salman y los altos funcionarios estadounidenses, venían repitiendo cada vez más abiertamente, como algo ya casi negociado.
Comentaba que eso sería un suceso de dimensiones históricas pero, horas después, el mundo despertó horrorizado ante el ataque de Hamas a Israel. Ahora trataremos de analizar qué puede pasar ante lo que ya algunos llaman “el 11 de septiembre Israelí” (lo es en la proporción de muertos), y también el “el Pearl Harbor israelí”, por la colosal falla de la inteligencia. Por último intentaremos una respuesta sobre si eventualmente será posible la normalización de relaciones de la que escribíamos en el artículo pasado.
Un ataque completamente distinto
Nunca había habido un ataque con esas características desde Gaza. Decenas, quizá cientos de milicianos de Hamás se adentraron en Israel sin que nadie lo notara. Destruyeron las vallas con excavadoras penetraron territorio israelí. Seguramente tuvieron meses de preparación, sin que el estado que se precia de tener dos de las agencias de inteligencia más competentes del mundo, el Mossad y el Shin Bet, pudiera interceptar ni una llamada o mensaje, y sin que sus agentes en el terreno supieran lo que se alistaba. Hoy todos los israelíes se han vuelto a unificar y han puesto en paréntesis sus diferencias, pero vendrán los tiempos en que muchos tengan que testificar y dar explicaciones sobre esta monumental falla. La inteligencia estadounidense también volvió a fracasar, justo como en el atentado que derribó las Torres Gemelas.
Los terroristas (¿de qué otra forma se puede llamar a quien mata de manera indiscriminada a jóvenes, adultos, mujeres y niños? ¿O alguien todavía va a tener el descaro de citar la ciertamente atendible causa palestina para justificar algo?) entraron en las casas para ultimar familias enteras, o para secuestrar a la gente. El Mossad no sólo no pudo prever el ataque que se gestaba casi en sus narices, sino que las fuerzas de seguridad tardaron mucho en llegar. Esto se sumó a los ataques de cohetes que llovieron sobre los poblados cercanos a Gaza, y que llegaron incluso hasta Tel Aviv.
Lo que sucedió en el festival de música en donde cientos de personas bailaban y cantaban, quedará para los anales del horror: de pronto, los jóvenes se encontraron con milicianos que empezaron a dispararles, o a llevárselos por la fuerza. Algunas imágenes que registraron el hecho y fueron subidas a las redes son difíciles de ver. El resultado fueron 260 muertos y un número indeterminado de rehenes que, junto a los que fueron extraídos de sus casas, puede llegar a más de 100.
¿Por qué ahora?
El timing es un mensaje: atacaron en el aniversario de la guerra de Yom Kippur, hace 50 años. No exactamente en el mismo día, que se cumplió 24 horas antes, sino que esperaron un poco más para que los judíos estuvieran celebrando el Sabbat. Como en aquella ocasión, por una celebración religiosa los encontraran desprevenidos. En aquella guerra de 1973 también los servicios de inteligencia fallaron, y tomaron por completo desprevenidas a las fuerza armadas, siendo que había muchas señales de lo que podría pasar.
No faltan ahora los que dicen que, justo para evitar el acuerdo de normalización entre Israel y Arabia Saudita, fue que se realizó el ataque de Hamas. Resulta dudoso, por el tiempo de preparación, aunque es cierto que el acuerdo se viene gestando desde hace meses. En todo caso, sirve a los intereses de los extremistas en Gaza y en Irán que no quieren un acercamiento formal entre Riad y Tel Aviv.
¿Hasta dónde va a llegar la respuesta israelí? A niveles mucho más grandes de lo que muchos se imaginan. Sin embargo, lo más dramático será saber cuál será la suerte de los rehenes, que en estos momentos deben estar encerrados en sótanos o bodegas en Gaza.
La situación de los rehenes
En junio de 2006, el militar Gilad Schalit fue secuestrado, justo por Hamas y justo en la frontera entre Gaza e Israel. El estado de Israel tiene, por un lado, la política de no dejar nunca nadie atrás, y por otro, la de no negociar ni ceder ante demandas de secuestradores. Esta política se fundamenta en algo que parece irrefutable: si haces concesiones a terroristas, eso puede alentar futuros secuestros.
Así, las fuerzas de defensa llevaron a cabo incursiones terrestres y aéreas en Gaza, con miles de soldados, en lo que se denominó Operación Lluvia de Verano. Al final, 405 palestinos habían muerto y 11 israelíes, pero no se logró el objetivo. Schalit permaneció en cautiverio cuatro años más.
Su caso se convirtió en tema nacional durante mucho tiempo, hasta volverse algo políticamente imposible de gestionar. En octubre de 2011 se llegó a un acuerdo por el cual Israel liberó a 1,027 reos palestinos a cambio de uno solo de sus ciudadanos: Gilad Schalit. Mil contra uno. La liberación del joven militar fue un evento muy emotivo en Israel, pero también desató amplia polémica.
Hoy Benjamín Netanhayu se enfrenta a las decisiones más insoportables que cualquier líder puede tener. Debe mandar una respuesta militar ejemplar a uno de los lugares con más densidad de población del mundo, en el que casi cada persona puede ser un enemigo y en donde los militantes de Hamas pueden utilizar a los rehenes como escudos humanos. Hemos de ver en los días siguientes una de las intervenciones más sangrientas, pero Bibi se debe enfrentar a la terrible decisión de seguir adelante con la intervención, a pesar de que pueda matar a sus propios ciudadanos como efecto colateral.
Netanyahu debería de aprovechar el momento para unificar su gobierno con las fuerzas centristas y desechar a los elementos más nocivos y tenebrosos de su coalición, notablemente a los ultranacionalistas y ultrarreligiosos Itamar Ben Gvir y Bezalel Smotrich. De manera por demás irresponsable les otorgó amplios poderes, con tal de mantenerse en el poder y mantener el fuero para evitar ser enjuiciado por sus casos de corrupción pendientes. Ahora es cuando puede deshacerse de ellos y formar una nueva coalición con los partidos razonables, con la que puede enfrentar esta gran crisis.
Estaba a punto de escribir la segunda parte del artículo sobre la normalización de relaciones entre Arabia e Israel cuando sobrevino este panorama apocalíptico, y ese acuerdo quedará por lo pronto en papel mojado. No sabemos qué va a pasar y hasta dónde se sumen otras fuerzas que puedan ampliar el conflicto, señaladamente Hezbollah, desde Líbano, o incluso Irán, que al momento de escribir esto ya está siendo seriamente señalado por operar con Hamas el ataque terrorista.
Si hay alguna posibilidad de que la salida de esta crisis se negocie de alguna manera, con la mediación de Egipto y otros países, además de la necesaria intervención de las potencias, el acuerdo se podría retomar en algún momento, en el mediano o largo plazo. Esa era la voluntad expresa de los tres países implicados: el estado judío, el estado árabe y Estados Unidos, y hay infinidad de intereses alrededor de él, algunos de ellos bastante meritorios.
Si algún día, en el mediano o largo plazo se alumbra ese acuerdo, deberá implicar necesariamente, y por insistencia de Riad y Washington, que Israel se comprometa a establecer una vía verificable hacia la solución de los dos estados, con la intervención de los palestinos en un amplio debate. Nadie debería de estar más interesado que Netanyahu mismo y todo el gobierno de Israel, para que nunca vuelva a pasar algo como lo del sábado, para que se alce una vía hacia la coexistencia. Para silenciar a las partes más aberrantes y extremistas. Para que al fin impere la cordura.