Neil Harbisson ha sido calificado como el primer ciborg de la historia. Ya hay un gobierno que lo identifica como tal, el del Reino Unido, que aceptó que apareciera en su fotografía de pasaporte con la antena que tiene en la cabeza, misma que no es un dispositivo, sino que está incrustada en su cráneo.
Con ella, este artista irlandés y británico, que nació sin poder reconocer los colores, ahora puede percibir las vibraciones de los mismos, con lo que escucha todo el tiempo sinfonías de distintas tonalidades, lo que, asegura, enriqueció infinitamente su universo de percepción.
Harbisson es además uno de los principales activistas por los derechos de los ciborgs en el mundo, cofundador de la Ciborg Foundation, y se han realizado varios documentales sobre su vida, que han ganado premios en festivales como Sundance y Tribeca. Ha estado en la portada de revistas como Forbes y Wired. En la conversación que sostenemos vía Zoom, en el marco del Singularity University Summit México, que se lleva a cabo esta semana con algunos de los más importantes exponentes de la revolución digital, hablamos sobre qué significa ser un ciborg y sobre el transhumanismo, la filosofía que busca mejorar la condición humana para llevarla a niveles nunca antes vistos.
–Has dicho que ser un ciborg tiene muchas implicaciones sociales…
–La tecnología nos va a cambiar como especie. Si añades un órgano que no es humano, la humanidad ya no te define del todo. Entonces, o eres más humano, o eres transespecie. Y de la misma forma que hay diversidad de género, habrá diversidad de especies.
Su antena le permite además percibir colores infrarrojos y ultravioletas, y como le ha sido implantado internet, puede recibir colores desde diversas partes del mundo e incluso del espacio, desde la Estación Espacial Internacional.
–Los transhumanistas ven la evolución como vertical y jerárquica –abunda–. Yo creo que la cantidad de sentidos que tengas no te hace mejor ni peor que otras especies. Los transhumanistas quieren vivir más, y yo, que soy transespecie, quiero estar más vivo. Esa es la diferencia.
–¿Podremos en el futuro controlar nuestra evolución, hacerla bajo diseño?
–Sí, es la primera vez en la historia que podemos decidir cómo queremos evolucionar. Y no tenemos que esperar a que otras generaciones hereden los cambios. Lo que no hemos visto aún es qué pasará con la segunda generación de ciborgs: si una persona se añade un nuevo sentido o un nuevo órgano y tiene descendencia. En el caso de órganos cibernéticos lo veo más complicado, pero si podemos añadir órganos o sentidos modificándonos genéticamente (que sería el objetivo, en lugar de usar fierros y chips), ¿qué pasa si esos ciborgs tienen descendencia? ¿Nacerán los bebés con los órganos o sentidos modificados? No lo sabemos, pero en este siglo podremos decidir qué especie queremos ser, y puede haber una infinidad de especies. Lo que hoy entendemos como diversidad no tiene nada que ver lo que va a suceder en el futuro.
Otra de las voces autorizadas en estos temas es Hugh Herr, quien perdió dos piernas y ahora, con las prótesis con las que puede perfectamente realizar todas sus actividades, se dedica a desarrollar la metodología Neuro Embodied Design, en el MIT Media Lab, con la que, afirma, “la humanidad se podrá elevar”.
Tendremos un futuro en el que las discapacidades simplemente no existan, comenta en una de sus charlas. Se extenderá nuestro sistema nervioso al mundo sintético y viceversa, llegando a lo que se conoce como Human Augmentation: “extender las capacidades humanas más allá de los niveles psicológicos, cognitivos, emocionales y físicos que tenemos de manera innata”.
Aquí entran conceptos como ojos capaces de ver a grandes distancias, implantes cerebrales para incrementar la lucidez, la memoria y la concentración, y “subir nuestras mentes a internet”, como afirma Jason Sosa, fundador del IMRSV, una empresa neoyorquina de visión e inteligencia artificial. El cuerpo 2.0 incluirá ojos con capacidades de zoom para alcanzar grandes distancias. Los implantes sintéticos de retina permitirán a los ciegos ver, así como, desde hace muchos años, los implantes cocleares han permitido a millones de personas volver a escuchar.
Los implantes cerebrales de pequeños chips podrían ayudar a que los enfermos de demencia, desórdenes neuronales o Alzheimer puedan recordar y vivir vidas perfectamente funcionales. Esto es el principio de la “red cerebral”, que hará realidad la “telepatía virtual” y permitirá “crear música, manejar una máquina, comunicarse con otras personas u obtener información a la velocidad del pensamiento”.
Sosa refiere que en la actualidad solo una minoría quisiera aumentar sus capacidades con un implante cerebral, pero sostiene que los más jóvenes tendrán una apertura mucho mayor, además de esa necesidad, tan humana, de llegar siempre a nuevos límites. “¿Qué más podríamos alcanzar si no tuviéramos las limitaciones de la biología?”, pregunta. “¿Qué pasaría si nuestra mente no estuviera limitada por los dos o tres pensamientos que podemos mantener al mismo tiempo? ¿Qué si pudiéramos expresar nuestros pensamientos y sentimientos sin la barrera de las palabras? Quizá podríamos explorar las estrellas o salvar al planeta”, concluye.
La tecnología biomolecular ya logra que las personas con prótesis puedan sentir el movimiento de sus miembros artificiales, apunta Herr. “El sistema nervioso se extenderá a poderosos exoesqueletos que los humanos controlarán con sus mentes”, y que podrán levantar pesos enormes, por poner solo un ejemplo. Al final del siglo XXI, llega a afirmar el investigador del MIT, “los humanos serán irreconocibles en morfología y dinámica, e incluso podremos tener alas, controladas por nuestro sistema nervioso”.
Es el sueño de Neil Harbisson, a quien le pregunto lo obvio: ¿cómo impedir que unos pocos tengan los beneficios y otros se vean rezagados? Como evitar que unos sean más “perfectos” que otros? Me contesta con su talante netamente igualitario:
–El objetivo de la Ciborg Foundation es que todos los órganos que hacemos sean opensource, o sea, de código abierto, para que todo el público los pueda fabricar. El objetivo es que se creen, y eso no va a ser un problema. Vemos que los adolescentes de 12, 13 o 14 años tienen este lenguaje tecnológico, y no ven como algo extraño crear estos sentidos y órganos. Vamos a ver una propagación de órganos, que son sensores que se han usado para máquinas y que ahora estamos convirtiendo en sentidos. Más que dinero, el gran reto es el miedo. Quienes se van a convertir en ciborgs no son los millonarios. Incluso Elon Musk no se ha atrevido a ponerse el neuralink a sí mismo. El gran reto es perder el miedo a la tecnología.