En mi anterior colaboración en este mismo espacio, me refería a los retos que debían enfrentar los gobiernos locales para coadyuvar a resolver el gravísimo problema de inseguridad y violencia que padecemos en nuestro país. Y, otra vez, nos horrorizamos al conocer la noticia de una nueva tragedia, acontecida esta vez en la ciudad de Uruapan, Michoacán, el pasado 8 de agosto, en donde 19 cuerpos de personas asesinadas fueron arrojados en la calle; algunos de los cadáveres fueron colgados de un puente, varios de ellos estaban desmembrados. Se trata de otro hecho sin precedente en la historia reciente de nuestro país, por el que un poder fáctico, sin otra ley más que la violencia irracional, busca amedrentar a la sociedad.

No es la primera vez que en Michoacán suceden hechos tan lamentables. Basta recordar lo que sucedió en esa misma ciudad de Uruapan en septiembre de 2006, cuando en un centro nocturno de mala muerte, fueron arrojadas a la pista cinco cabezas humanas. También de muy triste recuerdo, los atentados en la ciudad de Morelia, el 15 de septiembre del 2008, en una Plaza Melchor Ocampo atestada de gente que celebraba nuestra independencia. Justo en el momento en el que el Gobernador Leonel Godoy, daba el Grito, fueron arrojadas entre la gente granadas de fragmentación que sembraron el terror y el caos y, provocaron la muerte de por lo menos ocho personas y un gran número de heridos. Toda esta cadena de hechos tan violentos y amedrentadores, tienen a la ciudadanía indignada y atemorizada, y no ven cerca el día en que todo esto pueda terminar.

Algo tenemos que hacer. Las cosas no pueden ni deben seguir así. La situación que vive Michoacán es dramática. No es un tema de comunicación, es un tema de construcción de la paz. La crisis de violencia en Michoacán tiene raíces tan profundas y aristas tan complejas que no admite soluciones fáciles. Las autoridades de los tres órdenes de gobierno están rebasados por la realidad. Es tiempo de que dichas autoridades llenen los vacíos que han ido dejando con los años y que han sido ocupados por otros intereses. Para demostrar lo anterior, basta y sobra con recordar la vinculación directa o indirecta de anteriores gobiernos con criminales es uno de los capítulos más vergonzosos en nuestro estado. Lo que ha vivido Michoacán se asemeja más a las telenovelas sobre el narco, pero es la triste realidad: un gobernador interino acabó en la cárcel acusado de nexos con los delincuentes; el hijo de otro gobernador en funciones fue filmado pactando con uno de los más importantes capos de la mafia; y, por si fuera poco, el hermano de otro gobernador fue ingresado al Congreso escondido en la cajuela de un auto para obtener fuero como diputado (poco tiempo después sería desaforado).

Michoacán, merece recuperar la esperanza. Quienes nacimos ahí sentimos gran tristeza cada vez que nos damos cuenta de las oportunidades que se están perdiendo a causa de la mezquindad de unos cuantos. Son ya muchos años de que ese gran estado ha vivido a la sombra de la violencia y la impunidad. Es ya hora de un golpe de timón para recuperar la esperanza y la confianza ciudadana. Lo que se necesita, además de combatir a las organizaciones criminales, es una estrategia de construcción de la paz, que se diseñe desde las bases, de la mano de la sociedad michoacana. Cada comunidad sabe dónde se necesita una escuela, dónde hace falta un parque, dónde poner un centro de prevención de adicciones y dónde una fábrica para generar empleos. Se requiere una estrategia en la que cada parte, autoridades y sociedad, ponga su esfuerzo para recobrar la convivencia civilizada y la tranquilidad. Sólo así podrá salir Michoacán del laberinto en que autoridades omisas y corruptas lo han metido injustamente.

Abogado. @jglezmorfin

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