La Secretaría de Educación Pública (SEP) ha dado a conocer los libros de texto para el ciclo escolar 2023-2024. Los libros de educación básica, que ya están siendo distribuidos (cabe señalar, que algunos estados han suspendido su distribución) en todo el país, han causado una gran preocupación entre académicos, intelectuales, estudiosos de la educación, organizaciones de padres de familia, e, incluso los propios maestros de educación básica, por las consecuencias negativas que puede ocasionar. La SEP ha dicho que los libros obedecen a un nuevo plan de estudios de la Nueva Escuela Mexicana (NEM) que nadie conoce y nadie sabe cuáles son los objetivos que persigue.
De entrada, en una primera revisión, llama la atención que ya no existe un libro de matemáticas, justo cuando en todo el mundo hay una tendencia a reforzar el aprendizaje de las matemáticas, pues se considera una ciencia esencial para el desarrollo de los niños. Los autores de los libros, ni siquiera tomaron en cuenta el artículo tercero constitucional, que establece que el carácter y los fines nacionales de la educación, así como ésta, debe basarse en los avances del desarrollo científico y luchar contra la ignorancia y sus efectos, las servidumbres, los fanatismos y los prejuicios.
En los nuevos libros de texto, más allá de los múltiples errores que ya se han señalado, lo que más llama la atención, es que sus fines son confusos y que no quedan claros los objetivos que se persiguen. En cambio, lo que sí se puede ver con claridad, es que contienen una visión sectaria e ideologizada, que deja de lado los fines pedagógicos y le da más importancia a dogmas y premisas que son imposibles de comprobar.
Viene a mi mente un estudio del economista Gerardo Esquivel, que fue Subgobernador del Banco de México, publicado por Oxfam hace algunos años, que arrojaba importantes datos sobre la dolorosa situación de desigualdad en la que vive la sociedad mexicana. En la raíz de esa desigualdad están muchos factores, pero el estudio apunta a uno que parece especialmente relevante: la disparidad entre la educación pública y la privada. Por ejemplo, 48% de las escuelas públicas no tenían acceso a drenaje, 31% carecían de agua potable, 12% no contaban con baños o sanitarios y 11% no tenían energía eléctrica. Además, 6 de cada 10 escuelas no ofrecían a sus estudiantes acceso a un equipo de cómputo que sirva y 8 de cada 10 estudiantes no tenían Internet. Por si fuera poco, los estados con mayores niveles de pobreza en nuestro país: Chiapas, Guerrero y Oaxaca, presentan también los mayores rezagos en materia educativa. Esta disparidad ahora se agravó debido a la pandemia. En esas condiciones por demás dramáticas, millones de niños tratan de salir adelante. La baja calidad educativa, es uno de los principales factores que perpetúan la desigualdad en nuestro país, pues no hay mejor igualador social que la educación.
Al inicio de la actual administración se dio marcha atrás a una muy buena reforma educativa aprobada el sexenio anterior. Ahora, con los nuevos libros de texto, se pretende adoctrinar en lugar de enseñar a los niños. El gobierno no entiende que sólo con una educación de calidad nuestro país podrá salir adelante.
Abogado
@jglezmorfin