La dramática situación que vive México por causa de la violencia, tuvo uno de sus episodios más dolorosos la semana pasada en la comunidad de Cerocahui , del municipio de Urique en la Sierra Tarahumara, cuando dos sacerdotes pertenecientes a la Compañía de Jesús, fueron asesinados a balazos cuando trataban de ayudar a una persona -un guía de turistas que también fue asesinado- que intentaba refugiarse en la iglesia al ser perseguido por delincuentes.
La tragedia de Cerocahui que ha causado una gran conmoción, no tiene precedentes en la vida reciente de nuestro país. Es cierto, en los últimos meses la sociedad mexicana ha pasado por momentos duros. Basta y sobra con recordar casos recientes como los de San José de Gracia , Salamanca y muchos otros más. Pero el asesinato de los jesuitas, añade al dolor humano otro ingrediente: los jesuitas asesinados Javier Campos, el padre Gallo y Joaquín Mora, el padre Morita, habían dedicado 51 y 40 años de su vida a trabajar con los rarámuris, uno de los pueblos indígenas más necesitados, en una de las regiones más aisladas y más olvidadas por las autoridades de nuestro país.
Lo acontecido en la Sierra Tarahumara ha causado un enorme daño a la credibilidad presidencial. El enojo de la sociedad crece y la reacción del gobierno parece oscilar entre la indiferencia y la parálisis. Estamos inmersos en un escenario de descontento social y marasmo político. El discurso de echar toda la culpa a gobiernos pasados ya no se lo cree nadie.
Es urgente blindar nuestras instituciones democráticas contra el poder corruptor del crimen organizado. Desde hace mucho se vienen dando señales de alarma que, hay que decirlo, fueron desatendidas por la élite política. Cuando vemos que funcionarios públicos de todos los signos partidistas, gobernadores, alcaldes, legisladores, jueces, han claudicado, por temor o por contubernio, ante el poder del crimen organizado, es hora de tomar medidas urgentes y contundentes. No debemos permitir que la democracia, que tantos años y esfuerzo nos costó construir como nación, sea capturada por los tentáculos de las organizaciones criminales.
La inmerecida y muy dolorosa muerte violenta de estos dos admirables jesuitas de la Sierra Tarahumara , nos ha marcado para siempre y deja un profundo dolor en la sociedad mexicana. Hemos visto cómo se ha incrementado considerablemente en la ciudadanía la percepción de que, en materia de seguridad, las cosas van de mal en peor. El gobierno tiene que pensar qué va a hacer, qué estrategia va a utilizar para frenar a la delincuencia que amenaza con adueñarse del país.
Para la sociedad mexicana, el tema a reflexionar, creo yo, es la necesidad de unir esfuerzos más allá de intereses particulares para enfrentar esta crisis nacional. Es indispensable que los esfuerzos no se vean limitados por cálculos políticos para que realmente se vaya a fondo en la lucha contra la corrupción y la impunidad. Y, además, se debe contar con la participación de todos los actores de la sociedad. En la necesidad de contar con instituciones que puedan aplicar la ley y garantizar la seguridad y la convivencia social pacífica no debe haber espacio para regateos.
@jgezmorfin