Operando a capacidad limitada, luego de cinco meses de encierro obligado, los cines tienen una oferta más atractiva esta semana: Los nuevos mutantes (2020), tercer filme de Josh Boone, tras dos comedias románticas melcochosas, en especial su previa Bajo la misma estrella (2014).
Los nuevos mutantes se iba a estrenar hace dos años. Varias escenas que supuestamente no funcionaban fueron refilmadas. Su suerte empeoró con el brote de la pandemia.
Las modificaciones le sirvieron tanto para mal como para bien. Para mal porque la temática de súper mutantes, marca de fábrica de la productora Marvel, está ya muy choteada, y porque parece la variante oscura y sin presupuesto de X-Men: primera generación (2011).
Para bien tiene que en el atrabancado proceso de posproducción, Boone y su guionista Knate Lee mejoraron la idea central: que fuera medio de terror claustrofóbico, con mutantes en proceso no sabemos si de ser héroes o villanos, cercana al estilo del dibujante Bill Sienkiewicz, quien creó una serie legendaria sobre algunos de los personajes publicada en los 1980.
En ese encierro conviven Rahne (Maisie Williams), Illyana (Anya Taylor-Joy), Sam (Charlie Heaton), Daniella (Blu Hunt) y Roberto (Henry Zaga), con habilidades que pretenden controlar bajo enorme estrés.
La propuesta de esta cinta, con tintes tanto surrealistas como churrealistas, a pesar de malas noticias en este género cinematográfico-televisivo, deja buen sabor de boca. Gracias a la intuición de contar con gloriosa sencillez la historia, justa en duración, debido a la cuidada edición de Andrew Buckland, Matthew Rundell y Robb Sullivan, que destaca la foto de Peter Deming y disimula ciertos defectos narrativos, consecuencia de las diversas broncas sucedidas durante producción.
Boone entrega un modesto filme, asfixiante, con seres que se sienten inferiores no tanto por sus mutaciones sino porque buscan cómo encajar en un mundo que los despreciaría. Es un logro que tenga esta profundidad un género tan sobresaturado como el cómic fílmico.