Para el audaz director Yeon Sang-ho sólo hay un tema: los zombis. Su cinta animada Estación Seúl (2016) la convirtió, actuada con personas reales, en Estación zombie: tren a Busán (2016). Ahora, a esta última no le hace una secuela sino una variación, su sexto filme, Estación zombie 2: península (2020).
La nueva trama de Sang-ho insiste en lo mismo. Si primero los zombis infestan una estación del Metro, luego un tren; cuatro años después, la infestación abarca toda la península de Corea.
A su vez, propone un giro poco novedoso con personajes genéricos e intercambiables: un grupo de desesperados —o suicidas, o seres con cero instinto de sobrevivencia ni miedo alguno—, nomás por el gusto de hacerlo, ingresan a esa península en “misión” medio mercenaria, medio heroica: rescatar una lana abandonada en un camión.
El tiempo en pantalla se llena con persecuciones, situaciones fuera de control e inmensidad de zombis que salen por todos lados dizque demostrando que la humanidad, en situaciones apocalípticas, encuentra tanto la dignidad como el envilecimiento.
Este largometraje es un muestrario de efectos, de maquillaje o hechos por computadora. El espectáculo, al que le falta humor, es la devastación, la distopía de un ridículo nuevo orden.
Sang-ho dirige como si hiciera la demostración de un juego de video. Lo malo es que sólo él juega, forjando un pastiche con ideas del cine occidental; un Escape de Nueva York (1981) vuelto Escape de la península, o un Mad Max. Más allá de la cúpula del trueno (1985), convertido en Sang-ho. Más allá de la cúpula de Busán.
Al cambiar sus dinámicas intimistas (pocos personajes con gran humanidad), Sang-ho elige la brutalidad de un filme Mega-Godzilla; un catálogo de películas tipo Guerra mundial Z (2013), que se pretende metáfora sobre la extinción humana y las últimas luces solidarias.
Cercano al churro carísimo, a Península le bastaba con ser otra sencilla variación de Estación Seúl. En el cine coreano también al mejor cazador se le escapa viva la liebre zombi.