Roland Emmerich, director acostumbrado a aparatosos e indigestos churros sobre el apocalipsis ecológico, como productor busca reivindicarse con un filme en su línea, pero mejor pensado que los suyos.

Se trata de Éxodo: la última marea (2021) segundo del suizo Tim Fehlbaum.

La visión apocalíptica de Fehlbaum es ajena al ridículo estilo Emmerich: es madura, narrativamente hablando, respecto a lo inhabitable que sería el planeta y la probable extinción de la existencia humana.

En el futuro, el conflicto lo representan los viajeros Blake (Nora Arnezeder) y Tucker (Sope Dirisu), que como en Armagedón a la George Miller y de producciones 1970, deben cumplir —o no— la misión que involucra cierta complejidad social, tanto para ellos como para los terrícolas sobrevivientes.

El concepto funciona como quimera distópica.

Es una ciencia ficción que analiza la implicación moral de la extinción, sin caer en el show burdo.

Esto salva la cinta, que logra una mínima originalidad con elementos esenciales, los que funcionan eficazmente.

Como locaciones y escenografías devastadas, y simbolizar el futuro con cualidades femeninas; da la óptica contraria a los machistas desvaríos militaristas, a los que es tan afecto este género.

El tema esencial en el guión de Fehlbaum & Mariko Minoguchi parece homenaje a Alfonso Cuarón y su filme Niños de hombre (2006).

¿Habrá posibilidad de reproducirse en el mundo futuro, en un páramo semiacuático? Esto es justo lo opuesto al filme previo de Fehlbaum, Hell (2011), sobre el sol devastador.

El argumento tiene humanidad y va contra el espectáculo barato referido a las ruinas.

Aunque, por detalles, se hunde algo en cierta intrascendencia. Sin embargo, este Éxodo tiene más virtudes que defectos; muestra suficiente inteligencia y vida para un género erosionado.

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