Debido a su geografía, Noruega se descubrió escenario ideal para el cine de desastres. Su impacto es tal que la comercialización de sus títulos es un éxito.
El túnel (2019), sexto filme de Pål Øie, muestra cómo un tráiler al accidentarse, debido a una circunstancia reveladora de cómo cualquier descuido provoca una tragedia mayúscula, bloquea el enorme túnel que queda como antesala al infierno.
A la hora del rescate hay dificultades. Parte esencial de la cinta es melodrama puro: el bombero Stein (Thorbjørn Harr) descubre entre los atrapados a su hija Elise (Ylva Fuglerud). Claro, una bronca previa hace más dramático el coctel.
Establecida la propuesta, Øie la maneja como tormenta perfecta; despliega cada elemento hasta lo imposible.
Retuerce la trama y casi la revienta al pretender que es un intenso largo de acción y suspenso que le enmienda la plana a similares como Luz de día (1996), con Sylvester Stallone.
Øie decora su pastel visual con lugares comunes que poco ayudan a mejorar la fórmula tipo “¡no salgas de casa porque el peligro acecha!”
La estructura neoclásica del filme, con asfixiante unidad rígida de tiempo, acción y lugar, funciona en la primera parte. Luego pierde consistencia. Eso sí, las espectaculares locaciones, combinadas con efectos, que se notan baratitos pero eficaces, mantienen el interés.
El túnel, terrorífico entretenimiento a la Noruega, es un ejercicio de nostalgia por producciones de destrucción masiva estilo 1970, cuando la vida era más sencilla, las familias menos complejas y el mundo no estaba bajo amenaza de bioextinción. Aunque es predecible, busca que el espectador acabe con los nervios de punta.
En la foto: El bombero Stein descubre entre los atrapados a su hija Elise. Nordisk Film Production AS