El veteranísimo, sabio octogenario realizador Ridley Scott, en su película 27, La casa Gucci (2021), regresa al territorio de Todo el dinero del mundo (2017). O sea, el de un crimen verdadero: la ejecución el 27 de marzo de 1995 de Maurizio Gucci (Adam Driver).
Esto no es un spoiler sobre el filme, es el incidente que detona esta desapasionada pero tensa y tersamente narrada crónica sobre una compleja corporación familiar.
Sara Gay Forden, autora del libro, sorteó muchas dificultades para documentar la vida y muerte de Maurizio.
También la de su influyente parentela: Paolo (Jared Leto), Aldo (Al Pacino), Rodolfo (Jeremy Irons) y la relación con Patrizia Reggiani (Lady Gaga).
El guión de Becky Johnston y Roberto Bentivegna abarca un lapso clave de los Gucci. De ahí que presencias secundarias tengan peso en el relato, como Pina (Salma Hayek), o que haya notorios apuntes al estilo y el glamour italianos, como el de Sophia Loren (Madalina Ghenea).
Al comprender bien los personajes, sin admirarlos, el filme hace resaltar a Lady Gaga, en papel tanto seductor como vulgar, yendo de lo conmovedor a lo siniestro.
Al abordar pues la inmensa trayectoria empresarial, de alguna manera cultural de los Gucci, una especie de Borgias elegantes, menos infames, tiene sus altibajos.
Aunque su mitología, llena de ambición, desmesurado éxito y malicia es congruente en esta galería de figuras trágicas que inspiran piedad por entregarse a pulsiones a veces, de plano, primitivas. O así vistas por Scott, en esta saga que el fotógrafo Dariusz Wolski interpreta creando atmósferas de amenaza que penden en la, para muchos, simple casa de modas víctima de su popularidad.
En esencia, La casa Gucci presenta el conflicto entre justicia y ética. Es asimismo una fábula moral que reflexiona sobre el significado del lujo.
Es cáustica al captar la codicia sin escrúpulos, por justo eso: el deseo de poseer todo el dinero del mundo de la moda.