"Ghostbusters: el legado" alude a la cinta de 1984 desde un retrato de la vida rural de EU
A casi 40 años de su estreno, el gran acontecimiento fílmico que fue Los cazafantasmas (1984) se debió a su relajienta celebración de la posmoderna fusión de géneros (esa ingeniosa mezcla de suspenso con comedia); a su irreal pero verosímil trama. Más un inolvidable hit musical.
El heredero de la historia que dirigió Ivan Reitman, su hijo Jason con irregular trayectoria, entrega Ghostbusters: el legado (2021), su noveno filme, aunque primero con efectos especiales. Sin el lastre de las secuelas actuales, cada una peor que la anterior, tomó la sabia decisión de mantenerse fiel al estilo visual de la superproducción original, evitando referencias a la fallida parte dos de 1989 y la reciclada mediocridad que fue Cazafantasmas (2016).
La premisa de Reitman hijo es sencilla. Callie (Carrie Coon), madre soltera con dos hijos adolescentes, el buena onda Trevor (Finn Wolfhard) y la inquieta Phoebe (Mckenna Grace), hereda una propiedad en Oklahoma. O sea, en medio de la nada. Perteneció al abuelo de los niños. Aquí radica el misterio: quién era y qué hacía en un lugar donde tiembla sin razón, según el sociable maestro Gary (Paul Rudd).
El punto de partida en el guión de Gil Kenan & Reitman hijo es retratar la vida rural de Estados Unidos, aludiendo a la cinta original para que embone en la sensibilidad contemporánea, donde el género evoluciona en series como Stranger things (al aire desde 2016). No es coincidencia que el protagonista, el joven actor Wolfhard, sea también el de esta serie.
Para preservar el legado de los cazafantasmas bastó pues realizar con sofisticado ritmo una novedosa y peculiar situación. Tan extravagante, que mejora la fórmula con elementos dispares, pero dramáticamente funcionales. También con el equilibrado uso de efectos & emociones (y suficientes e inesperadas sorpresas). No del todo nostálgica, esta cinta de legado funciona tan bien como su modelo clásico.