Una cinta que marcó su época, y volvió astro de acción a Tom Cruise, fue Top Gun: pasión y gloria (1986, Tony Scott). Al describir el oficio de aviador, artificialmente estilizaba la trama para que resultara una suerte de mural impactante por lo visual y no por lo dramático.
En el cuarto filme de Joseph Kosinski, Top Gun: Maverick (2022; aunque producido hace cuatro años y pospuesto su estreno en cinco ocasiones), Pete Maverick Mitchell (Cruise) regresa a la academia que lo hizo destacar. Pero es otra a la de hace 36 años.
Esta entrega no es una secuela, ni una precuela, sino una historia nueva que recicla personajes originales. Apenas tiene nexo con el pasado.
O sea, propone que Maverick es un buen instructor para una generación joven que está encabezada por los rudos Hangman (Glen Powell), Phoenix (Mónica Barbaro), y Rooster (Miles Teller) en bronca personal contra Maverick.
En esta nueva aventura, Cruise, como productor, echa toda la carne al asador.
El cuidadísimo guión, escrito por gente de su confianza —Christopher McQuarrie, Ehren Kruger y Eric Warren Singer—, está armado pensando en su lucimiento.
Joseph Kosinski y Tom Cruise evitan artificios y efectos generados por computadora en escenas aéreas.
Buscando que fueran verosímiles, el reparto se sometió a un entrenamiento real, permitiendo que la foto en IMAX de Claudio Miranda sea ultra un trabajo espectacular.
Con todo a su favor, Kosinski hace un largometraje de acción excelente, pero sencillo.
La cuidada producción le da énfasis al realismo claustrofóbico de la aviación bélica.
A su vez, por nostalgia de una idea fílmica al borde de la extinción, apuesta a notables escenas de riesgo.
Cuando Hollywood quiere, consigue espectáculos de calidad que disfruta cualquier público. Por eso Top Gun: Maverick supera al original.
Un tipo de filme que ya no se produce.
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