En la moda de reciclar con segundas versiones cintas clásicas, se inscribe El callejón de las almas perdidas (2021), filme 11 de Guillermo del Toro, que repone en clave contemporánea la producción de culto homónima filmada en 1947 por el brillante Edmund Goulding, y que confirmó el estatus de estrella de su protagonista, Tyrone Power.
La rara novela en que se basa —entre denunciatoria de falsos profetas y crítica de las supuestas virtudes del psicoanálisis—, de William Lindsay Gresham, considerada obra maestra del género policial, es releída por Del Toro y su guionista Kim Gordon.
Stan (Bradley Cooper), un empleado de feria, le aprende trucos a Zeena (Toni Collette) que serán claves en su relación personal con Molly (Rooney Mara) y “profesional” con Lilith (Cate Blanchett).
Con las complejidades del caso, Stan pavimenta sin titubear su camino al infierno. Tal vez de ahí viene, según la elegante reconstrucción visual que Del Toro hace del personaje (foto hipercodificada de Dan Laustsen con mórbidas tinturas en homenaje al estilo del realismo expresionista a la Hollywood 1940).
Del Toro entrega una versión menos profunda pero más ácida que la de Goulding.
Y se ve sin parpadear: lo visual la sostiene. A pesar de ello, la cinta tiene huecos argumentales. Es un truco de malabarismo que eventualmente no supera a la concisa versión original y su irrebatible conclusión.
No obstante, a Del Toro se le nota seguro en el género policial, que nunca había emprendido. Revela ciertas virtudes al reeditar una empolvada novela, cuya única huella es la primera versión, imposible de olvidar. Pero su “interpretación” incumple con las altas expectativas que él genera como autor. Cineasta experto en teratologías, se le fueron las cabras al monte al no representar óptimamente las muchas cabezas del monstruo humano.