Para su cuarto largometraje, Los rostros del diablo (2019), recién estrenado en línea, el coreano Kim Hong-seon eligió el exorcismo, tema muy choteado por el infra cine dedicado a explotar aquello con lo que pueda hacer un barato y vulgar churro.
Agotado desde los años 1970, cuando dio sus obras más destacadas con El exorcista, La profecía y el festín de mal gusto que fue El anti-Cristo, insistir en el tema es de risa loca. Demasiadas opciones, todas similares, incluso usando los recursos del falso documental, dizque para resultar atractivas, son casi por unanimidad ridículas.
La arriesgada propuesta de Hong-seon es refrescante. La protagoniza el sacerdote católico Joong-soo (Bae Sung-Woo) en crisis tras haber fracasado durante un exorcismo. Por eso un demonio persigue a la familia de su hermano Kang-goo (Sung Dong-il).
La producción carece de efectismos como abundancia de maquillaje, diálogos obscenos o aparatosos vómitos. Es de suspenso y no de terror; Hong-seon concentra las acciones en un rudo melodrama familiar.
La cinta originalmente se llama Metamorfosis, porque cada personaje se transforma. Lo hacen con una compleja actuación que cambia conforme lo pide el tenso guión de Kim Hyang-ji, fotografiado con escalofriante hiperrealismo de contrastadas luces por Jouhwan Yoon.
En lugar de enfocarse en lo diabólico, la película hace la crónica de cuán aterrador es que cada miembro de la familia se vuelva un agresor. Hong-seon confirma por qué el K-Horror, el cine de horror coreano, es vanguardia al seguir una fórmula sencilla: buscar con inteligencia resquicios novedosos en los géneros fílmicos. Este interesante filme le enmienda la plana al excesivo, fatigado cine de exorcismos hecho en Hollywood y sus alrededores.