Para su segundo filme como director, El protector (2021), tras casi 10 años de debutar en Curvas de la vida, Robert Lorenz, productor asociado desde 2001 a muchas producciones de Clint Eastwood, eligió de tema la frontera.
Esta historia trata sobre una madre (Teresa Ruiz) y su hijo Miguel (Jacob Pérez), perseguidos por narcotraficantes, que cruzan hacia Estados Unidos.
Lo hacen justo en el rancho del hosco Jim (Liam Neeson).
Inesperadamente involucrado en la explosiva situación, Jim enfrenta la balacera de rigor. Con predecibles consecuencias.
Robert Lorenz mostró buena mano para familias medio disfuncionales en su primer filme.
Regresa a ese terreno: el ermitaño Jim forja una relación paterno-filial con Miguel.
Neeson, otra vez, es el reacio héroe duro y sentimental, entre la espada y la pared.
Pero a Lorenz le faltan tablas para narrar un furibundo policial, tal cual lo planteó en el desaseado y esquemático guión que pergeña con Danny Kravitz y Chris Charles.
Pierde el contexto del narco concentrándose en la única situación que le interesa: el viaje hacia la salvación; una persecución ya vista demasiadas veces.
Lo peor: la relación “familiar” no le alcanza para sostener la película.
Queriendo seguir los pasos de su admirado Eastwood, Lorenz lo homenajea desempolvando el cliché que éste explotó en los 1970.
Liam Neeson es la variación “joven” de un tipo de héroe que representa ancestrales valores estadounidenses.
El problema es que está choteadísimo. Lleva años siendo él mismo en idéntica circunstancia. Antes salvó a su hija, ahora salva a un desconocido.
Andaba de paseo por las tumbas, ahora por un rancho.
El drama era en un tren, ahora en una camioneta.
Siempre con un día —o noche— para sobrevivir.
Es un estereotipo al que se le notan las costuras.
El protector es muy regular por la falta de oficio de Lorenz, tan atento en hacer un melodrama paternalista, que uno se pregunta para qué enrollarse con peligrosísimos narcos cuya maldad es de caricatura.