Tras escribir en el año 2014 el filme de Ken Ochiai Dance! Dance! Dance!, El canto de los pájaros (2019) es el delirante debut (¿y despedida?) del realizador belga Hendrik Willemyns como autor absoluto: guión, música, diseño de producción y la dirección.
Totalmente hecho en Japón, de reciente estreno en línea, aquí las imágenes (de Michael Dwyer, también exiliado en Japón, experto en videoclips), importan más que el argumento.
La historia es sencilla. Asuka (Natsuko Kobayashi), empleada de limpieza en consorcio que patrocina el TV-concurso musical Mysong, donde cualquiera es estrella si tiene talento, se sueña cantante-compositora.
Usando como efectos especiales de vanguardia la animación manga de Masanobu Hiraoki y la obra de la artista Akiko Nakayama que mezcla elementos como la pintura, la instalación y la foto, Willemyns hace una fábula sobre el inminente fin de la música, al menos como todavía la conocemos, que va de la perversión sexual a la poética de las emociones frágiles, y a raras relaciones interpersonales (“¿tienes Tinder? ¡Pero si estás casado!”) que juegan con las expectativas del espectador.
La suma de bellas imágenes en este desconcertante filme, de ajustados 90 minutos (sobresaturados de paisajes sonoros y hits tipo K-pop) no buscan una conclusión contundente.
Esta cinta rompecocos es de una clase de autor que ya no existe: ambicioso, que con desmesura plantea la necesidad del arte auténtico aunque sea impopular.
Al final es un raro ejemplar, que en la “nueva normalidad”, con menor oferta ante aforos reducidos, nunca se verá en salas.
Preserva con nostalgia un concepto de cine casi extinto porque sólo en Canto de los pájaros existe.