Hay temas históricos naturalmente polémicos. Como el del combate del 29 de diciembre de 1386 entre Jean de Carrouges y Jacques Le Gris. El primero acusó al segundo de haber violado a su esposa Marguerite.
Ganar era obtener la justicia de Dios. De perderlo, las mujeres eran quemadas vivas en la hoguera. El asunto aún hoy se debate entre juristas e historiadores. Lo retomó Eric Jager en El último duelo: una historia real de crimen, escándalo y juicio por combate en la Francia medieval, donde usa los archivos reales del caso como novela de suspenso.
Al libro lo adaptaron los actores Ben Affleck y Matt Damon, con la colaboración de Nicole Holofcener, para El último duelo (2021), filme 27 de Ridley Scott, quien regresa al terreno de su debut, Los duelistas (1977), con el estilo de Cruzada (2005).
Forzada a presentar un feminismo primitivo, la película maneja la idea del hombre ofendido que defiende su “propiedad”, sin importar la brutalidad del acto cometido contra la esposa.
La dramaturgia recuerda Rashomon (1950, Kurosawa), rehecha con foto de Dariusz Wolski medio gris y funcional para los cánones actuales, pero no para los de una temática de época tan precisa: Jean (Damon), va contra Jacques (Adam Driver, en plan de Kylo Ren medieval a la Star Wars), protegido del conde Pierre d’Alençon (Affleck), por la versión de lo sucedido que cuenta Marguerite (Jodie Comer).
El inspirado oficio de Scott mantiene el suspenso gracias al firme y tenso desafío de Marguerite. La debilidad de la cinta está en elementos que oscilan entre una tragedia de Shakespeare y la microtelenovela Mujer, casos de la vida real. Acaba por ser no una pieza de valor histórico sino un alegato con clichés, aciertos y fallas que aluden a la contemporaneidad. Una superproducción que prefiere el espectáculo antes que reflexionar sobre la justicia a una víctima.