Parecía imposible que, ante la abundante producción que tiene al género basado en cómics en un callejón sin salida, surgiera otra mitología.

Sin embargo, Shang-Chi y la leyenda de los diez anillos (2021), quinto filme del interesante director independiente con cierto sentido social en sus títulos previos, Destin Daniel Cretton, traza un perfil diferente.

Con guión sobre el origen del personaje creado por Steve Englehart & Jim Starlin, que en los años 80 Stan Lee quiso convertir en película homenaje a Bruce Lee, el astro de artes marciales en que se inspira, Cretton cuenta la compleja historia de Shang (Simu Liu), quien se enfrenta a su padre Wenwu (Tony Leung), el mandarín que apareció, y muy mal, en Iron Man 3.

La relación entre Wenwu y Shang, un modesto valet, sensible amigo de su compañera de trabajo Katy (Awkwafina), se aleja de lo convencional. Para no desperdiciar el trasfondo de su origen, lo que vive este primer superhéroe asiático, del Universo Marvel ya en su cinta 25, es un drama sobre la familia.

La consistencia del villano sobresale. Tiene una dimensión trágica pocas veces vista. Ayuda a ello que el actor que lo encarna, Leung, es una leyenda del cine hongkonés.

Resulta el contrapunto ideal para Shang. Quien muestra cierta vulnerabilidad. Tras Chris Evans (Capitán América) y Chadwick Boseman (Black Panther), Liu es el tercer debutante en este Universo que funciona por su sola presencia.

La parte visual, a cargo del veteranísimo fotógrafo Bill Pope, es extraordinaria, sobre todo en los realistas combates estilo kung-fu, que reconquistan la acrobacia física tan importante para los rasgos peculiares del cómic. A ello hay que sumar el buen uso del mito sobre los 10 anillos, cada uno simbólico; fundamentales para el Mandarín y Shang.

Cretton, en su primera superproducción, con solvencia, gusto y sentido del humor, entrega un entretenido espectáculo.

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