Este es un estilo de cine hoy escaso; un “cine de autor” en el que se mezclan ideas profundas con espectáculo.
Puede llamarse transversal.
O sea, hecho con la personalidad del director fuera de su zona de confort.
Es el afortunado caso de La verdad (2019), filme 18 del lúcido Hirokazu Kore-eda, primero transversal que hace fuera de su natal Japón y con el que se transforma en incisivo director a la francesa.
Eso sí, conservando su característico estilo intimista.
Hirokazu Kore-eda homenajea al cine como arte que rompe las convenciones.
El pretexto es el enfrentamiento, por motivo de la publicación de sus memorias, entre la diva de la actuación Fabienne (Catherine Deneuve, genial), y su hija Lumir (Juliette Binoche, notable), a quien acompaña su esposo, Hank (Ethan Hawke).
El mecanismo dramático, hecho con el estilo diáfano del director, de una película al viejo estilo, forja un relato introspectivo, sin efectos ni estridencias, pero con sentimientos complejos, lejos de cualquier sensiblería; un retrato generacional que revisa con ironía las relaciones materno-filiales.
El realizador Kore-eda agrega un sutil sentido del humor en sus cáusticos diálogos entre la ternura y la agresión.
Reafirma su personalidad explorando, con austeridad visual, sentimientos en carne viva que son provocados por las trampas de la memoria.
Kore-eda, al establecer ese cara a cara entre Lumir y Fabienne, logra enorme intensidad emocional. Este largometraje sobre la manipulación de las reminiscencias, la alteración de los hechos, la modificación de lo que fue la vida, es vigente para la discusión contemporánea: qué pasa en cuanto se miente una y otra vez.
Kore-eda profundiza sobre la verdad del arte y la manera en que nos afecta; enaltece las contradicciones que existen en las relaciones humanas; explora los dolores y alegrías de la familia. Por ello, La verdad resulta ser una entretenida y elegante obra maestra que destila una suma de perfecciones.