El octavo y repudiado filme de David Ayer, El recolector (2020), apenas se desenlató en línea. Ni de broma es la porquería que dijo la poca crítica que lo vio en EU.

¿Qué molestó? Su cínica visión dela vida al margen de la ley y la justicia. Que es narrada desde el punto de vista del criminal, el latino David (Bobby Soto), que vive idealmente junto a su bella esposa Alexia (Cinthya Carmona), y su socio Creeper (Shia LaBeouf).

Su trabajo, cobrar “impuestos” a bandas criminales de Los Ángeles, hasta que llega Conejo (escalofriante; interpretándose a sí mismo, este rapero latino, exprófugo y exconvicto, funge también como asesor de la producción).

Película de tesis, no tanto de acción, explora barrios angelinos donde la violencia se impone. Es otra estampa del submundo narco, al estilo Ayer, tipo Reyes de la calle, Último turno y El sabotaje, con algo de Escuadrón suicida.

Destaca el contexto: la infraestructura y la contabilidad que usa el narco para lavar dinero.

Gracias a la nerviosa fotografía de Salvatore Totino, cada calle es un ámbito realista, con comerciantes genuinos, que entregan lana a manos llenas. La descripción minuciosa del complejo mecanismo y la lógica violenta tocante a cómo circulan miles de dólares al día; las formas de intimidación y el eficiente uso tanto de lo legal como de lo ilegal; que el dinero del crimen organizado fluya sin ser detectado, sostiene este largometraje. Esto es su mejor hallazgo.

Cuando sucede la usurpación del inestable poder callejero, la cinta se vuelve brutal retrato, al estilo del mexicano Damián Acosta, sobre la crueldad del narco. La mezcla de fanatismo y harta sangre, es tan inquietante como un paseo por calle sembrada de cadáveres.

Su gran defecto es el mero final. Pero, que se le arrebate al protagonista la poca esperanza que tenía en su universo de ambigüedades morales, deja en crudo lo que el crimen y su economía producen al final: un demencial infierno urbano.

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