Hubo un tiempo en que el escritor Clive Barker dominó los conceptos más novedosos del cine de terror, con sólidas y elegantes mitologías.
Para revivir a Barker, ese autor de culto, el productor Jordan Peele, que tan exitoso es en los tiempos recientes, desempolvó la legendaria "Candyman" (1992), que convirtió en astro de medianoche al estelar Tony Todd.
Peele entregó la cinta a las idóneas manos de Nia DaCosta, apenas en su segundo filme. El resultante "Candyman" (2021) retoma la historia 30 años después de la primera parte.
El entonces niño salvado del fuego, Anthony (Yahya Abdul-Mateen II), regresa al barrio Cabrini Green, ahora gentrificado.
Artista de la galería de Brianna (Teyonah Parris), Anthony recupera, con toda la violencia que el caso exige, la escabrosa leyenda de Daniel Robitaille, el sobrenatural Candyman, asesino del garfio endulzado con miel que aparece al repetir su nombre frente a un espejo.
Foto: Universal Pictures
Anthony, sin medir consecuencias, vuelve esto tema de un proyecto pictórico. O sea, no es una versión nueva de la cinta uno sino la “heredera espiritual”, de acuerdo con lo planteado por Barker; una secuela que olvida a "Candyman 2: el terror" (1995) y "Candyman: el día final" (1999), que completaron la trilogía inicial.
Recurriendo a una fotografía naturalista, a cargo de John Guleresian, DaCosta dirige el largometraje con inspirado estilo acorde al terror actual; su inquietante estilización revela cómo el horror se vuelve parte de lo cotidiano.
Entre lo más interesante de la trama está la creación de un ambiente espeluznante, de tono polémico por su representación de la muerte; un subtexto sobre las relaciones raciales en EU, y un matiz subversivo, para el género, que renueva tanto sus virtudes como sus excesos.
Siéndole fiel al espíritu del relato original, este Candyman marca la ruta a seguir para el terror fílmico, infatigable a la hora de provocar espanto en el espectador.