A un paso de cumplir 20 años, la franquicia más exitosa en lo que va del siglo, Rápidos y furiosos, entrega su episodio 9 (2021), décimo filme de Justin Lin, aunque quinto que dirige de esta serie.
El aspiracionista Dom Toretto (Vin Diésel) vive con la tranquilidad de un clasemediero ilustrado (se supone que sus conocimientos sobre mecánica son enciclopédicos), con su bello hijo y el amor de su vida, Letty (Michelle Rodríguez condenada a este papel hasta el fin de los tiempos), a la que mostró lealtad inquebrantable en el pasado. Pues para refrescar la secuela, Lin lo saca de su zona de confort.
El conjunto de cintas subraya la importancia de la familia. El giro de esta parte nueve proviene no de la que pacientemente creó Dom por años y en diversos continentes, sino de la biológica. El nuevo mano a mano es con Jakob (John Cena, rudísimo), su hermano perdido, su mayor amenaza, reclutado por Cipher (Charlize Theron).
Esta fábula contemporánea de Caín versus Abel hecha a 250 kilómetros por hora, incluye la especialidad de la casa: exageraciones que violentan la credibilidad del espectador. Como a través de los años ha habido de todo y sin medida, esta parte no iba a ser la excepción. Suma una tras otras escenas inverosímiles. Por cierto, personajes de capítulos previos aparecen para confirmar la mitología egoísta de Dom: sólo le interesa salvar a su familia.
Lin dirige por nota, sabiendo en qué momento insertar los descansos cómicos, lo dramático que hay en el crecimiento sicológico de Dom, las golpizas y accidentes sobrevividos casi sin rasguños, y los efectos especiales para hacer que cada exceso se sienta realista en velocidad y destrucción.
Al ser literalmente un vehículo acelerado, a veces falla: se atascan las velocidades, o choca sin cinturón de seguridad contra la pared de lo incongruente. Eso sí, está vívidamente pensado para pantalla IMAX. Lo que sea, para beneficio del espectáculo.