Uno de los principales triunfos del neoliberalismo fue el convencernos de que la política económica que enarbolaban era racional y sin alternativas: la contención salarial para no generar inflación, el recorte del gasto público (la austeridad) para mantener las “finanzas sanas”, el combate al “burócrata depredador ineficiente”, un banco central independiente que contenga a los “políticos populistas”, entre otras.

Antonio Gramsci (1948) consideraba que el poder de las clases dominantes no sólo requiere de la coacción, sino también del control político ideológico. La hegemonía implica la transformación de la visión de la clase dominante en “sentido común” para el resto de la sociedad.

La ideología neoliberal entronizó la liberalización y la desregulación de los mercados como procesos que garantizaban la eficiencia económica. Esto permitió a las grandes corporaciones con poder de mercado encontrar nuevos espacios de acumulación y articular sus cadenas de producción a nivel global. Consecuentemente, se transformó el papel del Estado en la economía porque imponía límites a la acumulación, por lo tanto, se privatizaron las empresas públicas, se desarticuló el estado de bienestar y la inversión pública, y se suprimió el poder monetario del Estado.

Bajo la visión neoliberal, los bancos centrales de los países periféricos deben ser independientes de los poderes políticos y asumir el único objetivo de controlar la inflación, dejando de lado la promoción del crecimiento económico.

A fines de los años noventa, los bancos centrales implementaron el sistema de metas de inflación. Seccareccia (2020) afirma que esta nueva forma de operar de la política monetaria ha tenido éxito relativo en disminuir los precios y los salarios al unísono, pero que también incidió negativamente sobre la distribución del ingreso (concentra el ingreso en los rentistas y disminuye los ingresos de los asalariados) y el crecimiento económico.

En cuanto a las funciones de los Bancos Centrales Independientes (BCI), Marshall y Rochon (2022) sostienen que: “…los BCI se encuentran desvinculados de las necesidades productivas nacionales. Las funciones de los BCI son equilibrar y reconciliar el impulso expansivo del papel moneda y del dinero de crédito bancario creados en el país, contra los ajustes del dólar dentro de un patrón monetario privado internacional controlado por las megacorporaciones financieras, encabezadas por la FED”. (p. 348)

Las altas finanzas utilizan al BCI como un mecanismo para extraer el excedente económico de la sociedad. Un BCI cuyo único objetivo es el control de la inflación, responde a los intereses de los mega-conglomerados financieros, que buscan garantizar el rendimiento de sus activos financieros y consolidar un cuasi monopolio de emisión de dinero bancario privado.

Aunque parezca “políticamente incorrecto”, lo que se requiere es recuperar la capacidad de financiamiento del Estado y reestablecer el papel de la banca de desarrollo. En general, aprender de las experiencias del Estado desarrollista en países como Vietnam, Singapur y China, que son contrarias a la globalización neoliberal. Por lo tanto, es una tarea esencial desarticular las bases ideológicas y culturales neoliberales que se han vuelto parte de nuestro “sentido común”.

Profesor de la ENES, UNAM, Unidad León (Gto) y miembro del Centro de Análisis de Coyuntura Económica, Política y Social (CACEPS).

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