De actos fallidos. El presidente no suele reparar en el alcance de sus palabras. Mucho menos en el sentido de las metáforas de la cultura literaria o popular que invoca de oídas. En su fallido intento de minimizar y ridiculizar los graves efectos de la extracción masiva de correos electrónicos de la Defensa, el presidente tropezó con uno de sus frecuentes actos fallidos, en su connotación de desliz freudiano. Describió con el verbo ‘zopilotear’ el ejercicio periodístico y ciudadano del derecho constitucional de “toda persona… a buscar, recibir y difundir información e ideas de toda índole por cualquier medio de expresión”. La intención consciente del dicho de López Obrador mostró ciertamente su proverbial aversión no sólo por la prensa independiente, sino también por nuestro régimen de garantías. Pero, conocida la capacidad de los zopilotes para monitorear restos de personas o animales, o para encontrar y volar en círculos –‘zopilotear’– sobre seres moribundos en espera de su muerte, el gobernante pareció dejar, además, al descubierto, inconscientemente (acto fallido), una o varias de las siguientes hipótesis fúnebres.
Insomnios de fin de sexenio. El presidente ya se inventó otra conspiración, según la cual el objetivo de la operación Guacamaya y de los medios que publican sus filtraciones, era derrocarlo. Y la imagen de estos actores como zopilotes volando en círculos sobre Palacio pondría de manifiesto la metafórica aceptación presidencial de que esas aves oscuras habrían detectado allí un régimen moribundo o en descomposición. Ello, quizás, en parte porque el presidente tal vez vislumbra, en sus insomnios, el final: ha consumido dos terceras partes de su periodo constitucional. O, en parte, porque su gestión se devalúa, incluso sin demérito de su popularidad, como un periodo perdido para la economía, el empleo, la seguridad pública, la salud, la educación, la aeronáutica y el bienestar. O, en parte, también, por la corrupción sacada a la luz por imágenes y testimonios desde el génesis de su financiamiento. O, en parte, por qué no, por la descomposición propiciada por las luchas de poder y las revelaciones de penetración del narco en sus esferas de decisión. O, en fin, por las declaraciones de guerra contra gobiernos estatales no afines al régimen y las señales de polarización entre el norte y el sur del país enviadas por el secretario para la ingobernabilidad.
De Orwell a San Lázaro. En un spot de su anterior campaña adelantada, para la elección de 2018, difundido en septiembre de 2016, el actual presidente puso en el debate público su inolvidable cita de Rebelión en la granja, de George Orwell, que pudo estar anticipándonos desde entonces, en un acto fallido previo, otras hipótesis para descifrar hoy su desliz freudiano del ‘zopiloteo’. Anunció su triunfo electoral como una rebelión en la granja, claro, con una intención proselitista consciente, una oferta de purificación y justicia: “Muy pronto habrá una rebelión en la granja y se acabará con la corrupción y la violencia”, clamó. Un éxtasis metafórico, como lo llamó Jan Martínez Ahrens en El País, que no alcanzó a ocultar el sentido expreso de la novela de Orwell: la alegoría del régimen soviético narrada como una rebelión de los animales contra los humanos. La encabezan los cerdos, que terminan implantando una dictadura feroz, peor que el régimen que suplantó. Y habrá que ver si los zopilotes que vuelan entre el Palacio presidencial y el legislativo, no han monitoreado ya a una democracia en capilla por la iniciativa de AMLO, y la complicidad putrefacta del PRI de Alito, contra el INE como árbitro electoral autónomo. O si el sobrevuelo de estos también llamados buitres negros explora también la probable agonía de los gobiernos encabezados por civiles desde ocho décadas atrás.
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