De dictadores. Como en la coda de la Inglaterra victoriana —entre los siglos XIX y XX— en que el homosexualismo todavía se sancionaba con cárcel y otras penas infamantes, en el México de aquellos años, durante la dictadura de Porfirio Díaz, se realizó una célebre redada de participantes en una fiesta gay, con un saldo de 42 detenidos. Sólo que, al revisar la lista, el dictador —cuenta la historia, o la leyenda— corrigió-ordenó al jefe de la policía: ‘yo nomás cuento 41’, al tiempo que tachaba el nombre de su yerno, Ignacio de la Torre y Mier. Algo por el estilo ocurrió aquí semanas atrás con un par de funcionarios allegados al régimen y, por ello, removidos de la lista de perseguidos por su resistencia a la política oficial en este campo.

De modas y derechos. Cierto. En este México de la autocracia en formación de López Obrador, muy a su pesar se han fortificado en la sociedad los que él llama nuevos derechos, o nuevas modas impuestas por el neoliberalismo para saqueara a sus anchas, según dijo recientemente. Y entre esas modas enlistó el feminismo, el ecologismo y la defensa de los derechos humanos, entre los que destaca la no discriminación —mucho menos la persecución— por motivos de orientación sexual. Como sea, AMLO se cuidó de medio absolver —como incómodas “causas nobles”— esos nuevos derechos vinculantes y exigibles en el mundo, y a su despecho, también reivindicados en México.

De depuraciones. Pero todo indica que el régimen va ahora por otro grupo social a encarcelar y estigmatizar, esta vez inventándose la depuración de los supuestamente corruptos científicos, académicos, promotores y administradores públicos identificados en un grupo de resistentes a la destrucción en curso del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). Y así, con todas las diferencias de época y de conductas a perseguir, esta semana se vieron hermanados Porfirio Díaz y AMLO en razón de los descubrimientos del reportero Antonio Díaz, recogidos en la nota estelar de EL UNIVERSAL del lunes.

Del yerno y el secretario. Y si ya resultaban aberrantes los términos de la persecución oficial contra los científicos inconformes, la aberración es ahora mayor cuando esa justicia espuria resulta además selectiva, al suprimir de la lista de acusados, no obstante atribuírseles los mismos hechos, a un miembro del gabinete presidencial y a una aliada de la actual directora del Conacyt. Quizás con el tiempo, igual que ocurrió con don Porfirio, su yerno y su cuenta de detenidos ajustada a 41 (número con el que enseguida se etiquetó a los gays y a quienes lo parecieran) la historia —o el mito— de hoy se construya a partir de la revisión de la lista original de 52 científicos a ajusticiar, seguida de las palabras mayores corrigiendo y ordenando: yo nomás cuento 51, al tiempo de tachar el nombre de su secretario de Agricultura. A lo que la acusadora agregaría: y yo nomás cuento 50, al tachar además el nombre de su amiga en la lista de la infamia. Y así hasta dejarla en 31.

Del folclorismo y sus estragos. Irresistible, sí, bromear con el folclorismo de caudillos, autócratas y dictadores latinoamericanos. Salvo si estos hechos, junto a las frecuentes expresiones contra el quehacer científico y la supuesta derechización de la UNAM y otras universidades, no evocaran los primeros episodios y el lenguaje que privó durante los aterradores 10 años de la revolución cultural china. Va un saldo a escala del gigante asiático: el equivalente de la población mexicana, afectado por los guardias rojos; dos decenas de millones, investigados por el ejército y más de cuatro millones detenidos; millones de estudiantes ‘aspiracionistas’, enviados a campos de re educación, mientras la cifra de muertos pudo llegar al millón y el ingreso per cápita cayó en 30 por ciento. No es para bromear.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM.

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