El sueño del autócrata siglo 21. Desde la comunicación autoritaria, el presidente ha vuelto realidad el sueño del autócrata del siglo 21: fundir en su persona todos los sujetos de cada uno de los pasos del proceso comunicativo. Es la fuente suprema de mensajes informativos y contra informativos. Él mismo es el mensaje: de él se trata su narrativa. Y también es el medio: funge como conductor del más influyente programa diario transmitido por un extenso conglomerado mediático. Lo hace desde su set en palacio, con manejo de cámaras para exaltar su presencia, iluminación profesional, distribución masiva de sus audios e imágenes, trama de redes digitales, actores secundarios del gabinete, invitados para las secciones de deportes y espectáculos e incluso una sección de chismes y versiones sin fuentes, llamada ‘Mi pecho no es bodega’. Y por si algo faltara, el Presidente es también audiencia: audiencia crítica para el descrédito de voces y medios independientes.
Parlamento de un solo parlante. Las mañaneras ya no son oficialmente conferencias de prensa. Pocas veces lo fueron. Al darle la bienvenida el lunes al líder laborista inglés Jeremy Corbyn, el presidente López Obrador lo invitó a ser testigo del “parlamento” instituido en el palacio presidencial a través de su show matutino. ¿Un parlamento en un patio de la vivienda del Ejecutivo? Eso ya es un mensaje elocuente. El problema es que un verdadero parlamento —deliberativo, como lo sabe el visitante inglés— la hubiera armado antier ante un jefe de gobierno que dedicó la primera sesión de un año de peligros en todos los órdenes, a sus reflexiones sobre el derribo de su estatua en una población apartada, al epitafio posible de un prócer fallecido hace cien años, a su intercesión ante Trump, el año antepasado, en favor de Assange, y a fantasear sobre grandes logros y expectativas de la economía nacional. Pero, acaso lo más importante: no hay parlamentos de un solo parlante. O en el que otros parlan sólo para dar pie a que el primero siga parla y parla.
Parlamentrar con otros datos. En efecto, los monólogos palaciegos no corresponden a la definición de parlamento como asamblea de representantes populares. Ni al origen del vocablo en el francés parlement: parla —hablar— y mento: acción de. Es decir, la acción de hablar en el sentido de dialogar y debatir sobre los asuntos públicos, no para escuchar en silencio disquisiciones de la privacidad del Presidente sobre su buen dormir por la tranquilidad de su conciencia. Incluso si habláramos en sentido amplio de parlamento como encuentro para el intercambio de diagnósticos y búsquedas de acuerdos, sería imposible parlamentar con un parlante que se jacta de negar los datos de la realidad con sus misteriosos, desconocidos “otros datos”.
Vocero universal. En este parlamento nada importa la ausencia de representantes populares. El Presidente mismo fue el vocero el lunes de un pueblo eternamente agradecido con él, dijo, sin aclarar qué hará con esa gratitud de aquí a la eternidad. E igual se trasmitió a sí mismo el reconocimiento empresarial por propiciar supuestamente la inversión (a la baja) y entregarles contratos sin corrupción (pero sin licitación).
Disfunción narcotizante. Las mañaneras se han convertido en la pieza maestra de un poderoso sistema de comunicación que le permite al Presidente mantener los más altos índices de aprobación a pesar de reprobar en los rendimientos de su gestión. Con sus cotidianos temas distractores, su imagen de credibilidad, la popular entrega de dinero entre sus beneficiarios y la ‘compra” de su narrativa del pasado como causante de los males surgidos o agravados en el presente, el aparato de comunicación de Amlo ha generado en muchos la disfunción narcotizante atribuida a la tele en EU hace más de medio siglo.