Ominoso inicio de año. Mañana debutará la primera ministra de la Corte nombrada a dedo por un Presidente, sin contar —la designada, además— con calificaciones para el puesto. De acuerdo con su exposición para ser evaluada en la Cámara de Senadores, la flamante ministra no se limitará a practicar un servilismo previsible. Carente de herramientas para la elaboración y la argumentación jurídicas, se perfila más bien como comisaria-delegada de palacio para tratar de defender allí los temas indefendibles del Presidente. Por su experiencia de activista, podría fungir como agente provocadora con propósitos de desquiciamiento de la institución. Con otras dos ministras adictas a López Obrador, Lenia amplificará los ecos contrarios a la ley del sonsonete mañanero vecino. Llevará al seno mismo de la Corte la aversión de AMLO a la sola invocación de la ley: a eso de que la ley es la ley. Y, quizás, llegará con un mandato de venganza del régimen por las resoluciones jurisdiccionales que han frenado los desenfrenos del Presidente.
Actos de campaña al salón de plenos. La ministra Batres introducirá en el palacio de justicia la manía presidencial contra sus moradores: los impartidores de justicia. Y con su anunciada auto asignación de sus remuneraciones persistirá en la ruta de abatir la autonomía de la gestión interna del Poder Judicial y los derechos constitucionales de sus integrantes. Por su entrenamiento partidista, Lenia hará, de sus actuaciones en el salón de plenos, actos de campaña pro AMLO y Morena. E insistirá en meter las contiendas electorales en la designación de ministros, magistrados y jueces.
Docilidad personal y consignas de partido. Es distinta la obediencia anticipada por la nueva ministra, de la docilidad, por ejemplo, de Zaldívar, el ministro renunciado para dejarle su lugar a Batres. O de la incondicionalidad de las dos aludidas ministras en funciones (y disfuncionales para el Estado de Derecho). En cuanto a sus móviles para la sumisión, hay un salto entre las pulsiones individuales de gratitud, temor o siembra de expectativas de estos últimos, y las motivaciones de la nueva ministra. Éstas provienen más de la tradición de disciplina ciega a las consignas superiores de parte de los ‘cuadros profesionales’ de partido.
Una ‘appárátchic’ con toga. Su publicitada, inconcebible ignorancia —en una ministra de la Corte— de las competencias de los jueces federales y los del fuero común, y su confusión entre normas constitucionales y secundarias, acercarían a Lenia a los appárátchics de la extinta Unión Soviética. Éstos eran colocados por la jerarquía en puestos para los que no estaban preparados, pero tenían, como la nueva ministra, ligas familiares o de intereses con miembros destacados de la Nomenklatura. Vigilaban la observancia de las líneas a las que debían someterse todos. No por abyección, se justificaban, sino por disciplina, pero también, sostenían, por servir a una causa superior (‘dictadura del proletariado’ en la URSS, ‘cuarta transformación’ aquí).
¿Nueva política de reclutamiento? El paso confirma la aberrante concepción de AMLO sobre los miembros de otros poderes, como colaboradores suyos: nombrados, removidos y reprendidos por él. Y la incompetencia inyectada al gobierno por su política de reclutamiento de personal del 90 por ciento de lealtad y 10 por ciento de experiencia. No hay pruebas de que Lenia acredite ese 10 por ciento, pero la pregunta es si su nombramiento apunta a la determinación de AMLO de ya no tomar el riesgo de ‘equivocarse’, como dijo, sobre la lealtad de otras promociones que recayeron en personas capaces e independientes. Y si, en consecuencia, decidió depositar su confianza, de aquí en adelante, sólo en la disciplina de cuadros profesionales y ‘appárátchics’ de su partido, al 100% de lealtad.