José Carreño Carlón

Una guacamaya que sí hace otoño

Lo conocido no es para documentar el optimismo en la invasión castrense de la vida civil

05/10/2022 |02:00
Redacción El Universal
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El otoño del caudillo. Al llegar al otoño de su vida y su poder, el patriarca de una novela de García Márquez —valorada como fábula genial de las dictaduras latinoamericanas del siglo pasado— es un déspota solitario, anciano, ocurrente y achacoso que le confía su seguridad, los servicios de inteligencia y la policía secreta a un personaje que mejor no les cuento cómo acaba. El otoño del patriarca viene hoy a cuento con los papeles de Guacamaya Leaks y la publicación completa del informe de la comisión presidencial para el esclarecimiento de la matanza de normalistas de Ayotzinapa. Allí se echó abajo la exoneración del Ejército dictada en bloque por el presidente y el secretario de Gobernación. Estos argumentaron el supuesto del involucramiento aislado, en la noche de Iguala, de solo cinco militares, con el remate del ya coleccionable Adán Augusto López de que una o cinco golondrinas no hacen verano. Pero en este octubre de lluvias y vientos helados, una parvada de guacamayas sí parece estar marcando el inicio del otoño del régimen autocrático caudillista del presidente López Obrador, quien no parece acertar a asumir ni a gestionar sus crisis.

Regreso al futuro. Viendo las cosas en retrospectiva, anoche quedaría perfilado un paisaje crepuscular: anuncio de un invierno largo de militarización de la vida de los mexicanos. Aparece en el horizonte una escenografía de guerra con uniformes y vehículos militares en las ciudades, los pueblos, las carreteras, los campos, quizás como no se vio en varias generaciones desde la revolución y la temprana posrevolución. Regreso al futuro. Con los métodos y en los términos en que parecía abrirse paso ayer en el Senado el aval de la Constitución a la permanencia del Ejército en las calles, pronto nos familiarizaremos con una presencia mayor de cuerpos castrenses en funciones policiales correspondientes a las autoridades civiles, al lado de la colonización de crecientes funciones de la administración civil por las fuerzas armadas. El argumento a favor parecería atendible: eso es mejor o menos malo que las bandas criminales mantengan bajo su control pueblos, ciudades y caminos, salvo por las revelaciones de la comisión presidencial sobre Ayotzinapa en que las fuerzas armadas aparecen confundidas con los asesinos.

Incompetencia y aturdimiento. Tampoco el golpe del fin de semana con las primeras revelaciones de Guacamaya Leaks, producto de su saqueo de archivos de la Secretaría de la Defensa, ni las reacciones oficiales, son para documentar el optimismo en la invasión castrense de la vida civil. Y ya no sólo en la corrupta colusión de militares con los cárteles de Guerrero —contra la idea de su honesta, obediente excepcionalidad— sino en la incompetencia y la opacidad manifiestas en la gestión pública, equiparables con creces a los récords de incompetencia de la gestión de los civiles del actual gobierno. Los correos recogidos por Guacamaya subrayan además el otoño del caudillo —guacamayas que sí hacen otoño— como las ocurrencias de organizar una línea aérea y una gran empresa turística en la dependencia militar que no tuvo recursos para proteger sus computadoras. Ni lo que ha salido ni lo que va a salir es del dominio público, como aseguró el presidente en su aturdimiento inicial. Ni legalmente puede disponer que no se investigue ni se castigue a los perpetradores del saqueo, como afirmó en su aturdimiento posterior. Y es que se trata de delitos que toca investigar a la FGR. Pero seguro supone que así minimiza el golpe y además se contempla a sí mismo como congruente con su defensa de Assange.

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Invulnerable. Una vez más, el presidente pretendió esquivar la gravedad de las crisis que ignora en su obsesión por mostrarse invulnerable. Pero es clara la vulneración del Ejército, su última línea de defensa.

Profesor de Derecho de la Información