Panorama desde Nueva York. En espera del resultado neto de los encuentros de ayer en México en el marco de una nueva firma del T-MEC en Palacio Nacional, con la presencia estelar del presidente López Obrador y el yerno de Trump, más un telefonema de Trudeau, los mensajes que me apabullaron durante la fría mañana neoyorquina de este martes señalaron dos ganadores en el acuerdo comercial que sustituirá al TLCAN. Los dos, a costa de valores e intereses mexicanos. La mayoría demócrata de la Cámara de Representantes celebraba las cláusulas intervencionistas en los asuntos laborales internos de México. Y la Casa Blanca, aparte de atribuirle el acuerdo a Trump como un éxito personal, festejaba las regresiones proteccionistas en favor de empresarios estadounidenses y en contra de las inversiones y las exportaciones mexicanas en diversos rubros, con su respectivo efecto en la pérdida de empleos en México.
En contraste, la mayor parte de los medios mexicanos vitoreaba el fin de las negociaciones porque supuestamente se habría evitado traspasar las líneas rojas del intervencionismo y el proteccionismo extremos exigidos por uno y otro de los bandos estadounidenses. Cierto: también incluyeron nuestros medios las reservas y los recelos empresariales sobre lo cedido a las presiones de Estados Unidos. E incluso algunos recogieron advertencias de especialistas sobre el riesgo de que lo eventualmente entregado repercuta en certezas más perjudiciales para la estancada economía mexicana que el peso de la incertidumbre que se estaría removiendo con el acuerdo, según los mensajes oficialistas de nuestro país.
Acá en su país, demócratas y republicanos detallarán y acaso exagerarán, en los próximos meses de campaña electoral, lo impuesto a los negociadores mexicanos. Y ello contrastará con la previsible euforia de los mensajes oficialistas que se habrán producido allá en México tras la visita de los negociadores de Estados Unidos y Canadá. Por lo pronto, aquí, tanto Trump como la líder Nancy Pelosi de los demócratas compitieron desde ayer temprano por ver quién exaltaba más las ventajas obtenidas, mientras que los mensajes colocados ayer mismo en los medios de la mañana por el oficialismo mexicano se reducían a subrayar que los negociadores mexicanos habrían logrado poner algunos límites a las pretensiones estadounidenses.
Dos narrativas. Ante este contraste entre las narrativas en el tema del acuerdo comercial, vale la pena reflexionar sobre el juego de los actores públicos del mundo por ver quién logra el mayor control de las conversaciones y los debates de las personas y los grupos sociales. Y en este punto, vale la pena también contrastar la retórica más bien anuente y en todo caso a la defensiva del presidente López Obrador frente a Estados Unidos, con su retórica ofensiva en el plano doméstico. El hoy presidente aprovechó como candidato las reglas de ese juego de la democracia mediática, explotó las debilidades y torpeza de rivales y malquerientes y ganó finalmente la partida al imponer en la agenda pública sus diagnósticos —escatológicos— sobre una magnificada podredumbre nacional, así como sus propuestas —redentoristas— impregnadas de voluntarismo dadivoso, para ganar la elección de 2018.
Conversaciones secuestradas. Hoy el presidente mexicano termina su primer año de gobierno con un control de la agenda no ganado limpiamente, sino con el secuestro de la conversación de la gente, como se lo propondrá a partir de ahora para paliar las críticas en puerta al nuevo acuerdo comercial. El concepto proviene de uno de los libros del año en Estados Unidos: Anti-social: online extremists, techno-utopian, and the hijacking of the american conversation, del periodista del New Yorker, Andrew Marantz, estudio que secuestra la conversación en estos días neoyorquinos.
Profesor de Derecho de la
Información, UNAM