Saltan las liebres. Si se hubieran concursado debidamente los contratos con Pemex de la empresa, hoy en la lupa de la conversación pública mexicana, quizás aquella no hubiera tenido necesidad de dotar de vivienda en Houston a un hijo del presidente. Y López Obrador se hubiera ahorrado la crisis en que se encuentra su imagen y su narrativa de honestidad y austeridad. Y por allí pueden saltar otras liebres, tomando en cuenta que sólo en el primer semestre de 2021, el 80.6% del total de contratos del gobierno se realizaron por adjudicación directa por un total de 74,639 millones de pesos.
Triple crisis. Igual. Si el presidente no le hubiera encargado la gestión de la pandemia a un funcionario ideologizado y ambicioso, capaz de mentir a grados criminales para satisfacer a su jefe, quizás la proliferación de contagios no hubiera conducido al bloqueo estadounidense de viajes a México. Y tampoco hubieran entrado en crisis las charlatanerías oficiales para minimizar y ocultar muertes y contagios. Y, para completar la triple crisis precipitada ahora sobre el gobierno, quizás si el presidente no les hubiera impuesto sus prejuicios, fantasías y supersticiones a sus secretarios de Hacienda en estos tres años, lo más probable es que no estaríamos hoy entrando en recesión económica con un peligroso desbocamiento de los precios.
Golpe a la superioridad moral. Y lo más conducente a la propuesta de este análisis, asoma también una crisis de la prédica de la supuesta superioridad moral del presidente, sus valedores y su régimen, sobre sus críticos y opositores. Esto, a juzgar por el incipiente retroceso en la aprobación presidencial registrado por el TrackingPoll de Mitofsky-El Economista, tras las revelaciones sobre el tren de vida de José Ramón López Beltrán. Y también a juzgar por la goliza propinada en redes por los críticos a los defensores del régimen en este tema, según nos lo compartió ayer aquí Javier Tejado. También ayer, el presidente insistió en que ni él ni su gobierno son iguales a los anteriores, que su honestidad es lo que estima más importante en su vida y, aunque no aportó un solo dato para desestimar la investigación periodística —sugerente de conflicto de interés y tráfico de influencias— acusó al periodista Carlos Loret de ser un mercenario que hizo este escándalo porque está al servicio de la mafia del poder.
Crimen y castigo. Pero la ley no puede confiar en la convicción moral de ningún ser humano, como le responde el inspector Petróvich al discurso de superioridad, exento de la obligación de ajustar su conducta a las normas, que proclama el delirante Raskolnikov, hacia el final de Crimen y Castigo. Con sus casi 160 años de vida, esta novela de Dostoievski se ha abierto a diversas lecturas en su trajinar por el planeta a través de los siglos 19, 20 y 21. Parecería inverosímil la reedición en este siglo de la idea de superioridad de personas que, esta vez, desde la pretensión de la grandeza derivada de encarnar al pueblo, ignoran las leyes, o sólo las dirigen contra el adversario. Y, sí, el discurso y la narrativa de los líderes populistas de hoy parecerían partir de la premisa de Raskolnikov.
Supremacía e inferioridad. En efecto, una y otra vez, el presidente pretende ostentar esa superioridad moral, ya no sólo sobre críticos y opositores, sino también sobre universitarios, informadores y empresas informativas e incluso sobre votantes que no se pliegan a sus ansias autocráticas ni a sus efectos en el deterioro nacional, camino a la destrucción de la democracia y a la quiebra del país. Como la supremacía blanca de Trump, la supremacía Morena, el partido de AMLO, contra la ley. Y, de acuerdo a los saldos de tres años, esa pretensión de supremacía contrasta con su clara inferioridad e incompetencia en la acción de gobernar.