De nuestra Constitución Liberal a las bases de un despotismo ajeno. Se inundó de sombras el recinto luminoso en que se debatió y aprobó la Constitución Liberal de 1857, en Palacio Nacional. Parecieron emerger las bases constitucionales conservadoras de la primera mitad del siglo XIX: un sueño golpista de extinción de derechos y libertades y de centralización del poder a escala absolutista. La pesadilla provenía de palabras del presidente y de las líneas y párrafos tachados de la Constitución vigente, en las más ominosas iniciativas presidenciales dadas a conocer el lunes. Todo, envuelto en una oferta dadivosa de alza de salarios y pensiones por jubilación, expansión de las pensiones por vejez y multiplicación de recursos a repartir entre jóvenes electores. No pareció, como a veces se cree, un trazo regresivo a las formas de concentración de poder propias del presidencialismo exacerbado del México posrevolucionario, sino de algo diferente, ajeno a la cultura política nacional. Resulta más cercano a los liderazgos autocráticos del populismo latinoamericano y sus métodos de alcanzar el poder en las urnas y perpetuarlo por la vía de demoler valores, normas e instituciones democráticas. En ausencia de representaciones de los otros poderes de la Unión y de los más recientes órganos constitucionales autónomos, infaltables en los aniversarios de la Constitución previos al régimen actual, solamente rodeado de los suyos, el tono del presidente resonaba como la voz del ‘amo’: traducción de la raíz griega de la palabra ‘déspota’, referida en la antigüedad y en la Edad Media al despotismo oriental. No fue, así, la de este 5 de febrero una ceremonia para exaltar nuestro orden constitucional, sino para denostarlo y promover un nuevo ordenamiento, atentatorio de los derechos y libertades ampliados en nuestro país en las últimas décadas.
Proclama electoral. Ante la inviabilidad del sueño golpista, gracias a la actual correlación de fuerzas en las cámaras, el mensaje del presidente servirá de plataforma electoral, como coincide la mayoría de los analistas. Pero eso no es para tranquilizar a nadie. Porque se trata de una plataforma electoral orientada a hacer realidad el sueño autocrático. Una cosecha abrumadora en las urnas a favor del régimen le daría los votos requeridos en el Congreso para cambiar la Constitución. Por eso la plataforma electoral lleva por delante la oferta dadivosa del paquete de reformas, mientras la aniquilación de instituciones garantes de libertades y derechos ciudadanos aparece, en las exposiciones de motivos, como acciones vindicativas contra los ‘privilegios’ de la ‘burocracia dorada’. Además, la canalización de presupuestos de los entes extinguidos, sugieren las iniciativas, serviría para sufragar las ofertas dadivosas. Por lo pronto, el podio republicano de la cuna de nuestro liberalismo, quedó reducido el lunes a templete para el lanzamiento formal de la campaña de un presidente que así burla su impedimento constitucional para inmiscuirse en procesos electorales.
Evasión de crisis. Aparte de copiosas falsificaciones de la historia y de la actualidad, de promesas irrealizables de aquí a la elección y paisajes idílicos de supuestos logros sexenales, la coyuntura le permitió al presidente alcanzar otro propósito con su acto del lunes: evadir una sucesión de crisis que lo abrumó por varias semanas. Más que distractora, la narrativa destructora de instituciones podría estar resultando extractora de los temas críticos que lo mantuvieron a la defensiva. Financiamiento de la campaña de 2006 bajo sospecha de aportaciones del narco; violencia criminal incesante y expansión del control territorial de los cárteles; versiones de corrupción en el círculo estrecho de Palacio, casi desaparecieron ayer del debate en los medios.