‘La marcha’. Transcurridos tres días, escuchadas decenas de versiones y opiniones de colegas y amigos en el ajo, y desahogados incontables megabytes de reacciones y análisis tras ‘La marcha’, como ya se sintetiza el fenómeno de las inesperadas movilizaciones del domingo, aventuro conclusiones provisionales y previsiones sobre sus efectos.

Contra el consenso. La declaración de guerra del presidente contra el INE no es sólo contra una institución que le resulta incómoda o inconveniente para sus fines. Es la declaración de guerra contra un consenso nacional. No sólo se ha acreditado como el órgano garante de elecciones confiables. Es también el identificador de los ciudadanos mexicanos, la evidencia de su mayoría de edad física y, ahora lo comprobamos una vez más, también de su fortaleza cívica. Y allí están las consecuencias de ignorarlo.

Cuando se moviliza la democracia. Mercadólogos y analistas han vendido la especie de que la democracia y su defensa constituyen abstracciones difíciles de ‘vender’ en un mercado de audiencias concentradas en problemas concretos: inseguridad, desempleo, carestía. Pero la excepción a la regla, expresada en la sonora defensa de la democracia de estos días, podría explicarse por la percepción de crisis, de situación límite en vías de concreción contra la convivencia nacional. Y es que, en medio del malestar provocado por diversas, numerosas conductas del presidente, surgió en un amplio, creciente sector social, la apreciación disruptiva de una amenaza de dictadura, provocada por la iniciativa presidencial de abolir el árbitro autónomo de muestras elecciones: el Instituto Nacional Electoral. Y no fue esta la gota, sino un caudal impetuoso, que derramó sobre nuestras ciudades, no el vaso, sino un airoso oleaje del descontento.

Civilidad, opción ganadora. En la lógica de polarización y de desunión del presidente —con su colección de insultos, difamaciones, amenazas y sabotajes a los ciudadanos del domingo— estaría el cálculo perverso de provocar una respuesta en los mismos términos violentos por parte de los marchantes, que así quedarían atrapados en el terreno propio del régimen, con sus códigos y en sus dominios ganadores. Pero convocantes, participantes y el vocero de excelencia de la marcha, José Woldenberg, eludieron magistralmente la trampa con expresiones, actitudes y comportamientos enfocados con precisión quirúrgica en la defensa del INE como condición de sobrevivencia de la democracia. La convincente claridad de Woldenberg mostró su superioridad sobre el pantanoso lenguaje del presidente y sus secuaces: tartajeos nacidos de sus confusiones y destinados a confundir y dividir. Fue entonces que se perfiló, como opción ganadora en la esfera pública, el discurso de la civilidad y el respeto, contrastante con la crispación pendenciera, provocadora del gobernante y los suyos. Fue una de las lecciones centrales de la jornada.

La primera ley de los hoyos. El presidente sigue sin escuchar el oleaje del descontento. Lo niega, lo minimiza o lo atribuye a seres despreciables, enemigos de su misión redentora. Y ante el rechazo de la calle la demolición del INE por la vía constitucional, anuncia que irá por la vía inconstitucional de cambiar leyes secundarias. Y además persiste en el camino de la pendencia contra los portadores de tan claras señales de alerta. Incluso, desde la arrogancia de quien sobrepone su palabra a las normas de convivencia, el presidente insiste en la violación de una ley —que aquí ya hemos invocado— de la tradición coloquial angloamericana. Se le conoce como la Primera Ley de los Hoyos y prescribe simplemente que si tú eres quien está en el hoyo, pares de cavar. Lo malo es que con sus incitaciones a la confrontación, puede echar al mismo hoyo la paz y la estabilidad del país.

Profesor de Derecho de la Información. UNAM