Entre líneas. Reveladora, la entrevista realizada por David Aponte y Carlos Benavides a Claudia Sheinbaum, publicada antier en EL UNIVERSAL. Entre sus valores noticiosos destaca la imagen de una candidata identificada con la continuidad e incluso con el sometimiento a las imposiciones de AMLO, pero planteando algo parecido a un acta de emancipación de la tutela presidencial: “La que va a gobernar soy yo” y “no habrá un teléfono rojo entre Palacio Nacional y la finca del ya expresidente López Obrador, para consultarlo o para que él esté mandando instrucciones”. Más una disposición a considerar la reversión de la entrega a las fuerzas armadas de crecientes y sensibles áreas del gobierno civil: otro supuesto sustento del poder transexenal en construcción del actual Presidente. Pero la pieza periodística permite explorar los interlineados y contextos en las respuestas de la candidata. Y allí las cosas no resultan tan claras.
Cómo concluir un debate inconcluyente. El efectismo de sus dichos está dirigido a dar por concluido —en dos oraciones— un debate hoy por hoy inconcluyente sobre quién gobernaría de ganar la elección. Pero esto sólo se sabrá si llega a Palacio y, en ese caso, si logra tomar el mando con las atribuciones —no compartibles— que le otorga la Constitución al Poder Ejecutivo. Y si está dispuesta, además, a asumir las limitaciones y obligaciones —inexcusables— que establece nuestra Carta Magna. En otras palabras, si de verdad contrastaría con lo de hoy. Pero la propia Sheinbaum lo ha puesto en duda con la pésima señal que envió —seguro, otra imposición de Palacio— al censurar las críticas del conductor de MVS, Manuel López San Martín, a López-Gattel, el llamado ‘Doctor Muerte’, y al vetar la designación del joven y bien formado periodista como moderador del primer debate entre candidatos a la presidencia. Aún así, las expresiones de la candidata en la entrevista con EL UNIVERSAL serían simples frases de campaña. Pero no sólo…
ADN mexicano contra ‘Nopalitos’ y militarismo. En efecto, la relevancia de esta real o supuesta toma de distancia de la candidata frente a quien la llevó a esa condición, radicaría en el propósito de la maniobra: atajar las sospechas o el recelo extendidos de que ella sería una persona de paja del actual presidente. AMLO sería así el poder tras el trono, el jefe máximo de la transformación, en paráfrasis del título de jefe máximo de la revolución endilgado por un adulador a Calles, lo que condujo a bautizar como Maximato la etapa bajo su dominio. Esta va del asesinato de Obregón y el fin del cuatrienio presidencial callista (1928), a las breves escalas en palacio de Portes Gil, Ortiz Rubio (apodado Nopalitos, mote que se homologó al de pelele) y Rodríguez (1928-1934), al primer, tormentoso año del presidente Cárdenas (1935). Y aun si las frases de Sheinbaum, hoy, fueran parte de una estratagema del oficialismo, ordenada por el Presidente y practicada por la candidata oficial, para disipar resquemores sobre la gestación de un poder de facto, el de AMLO, con la fachada de una eventual presidencia de Sheinbaum, habría en ello algo más. Sería el reconocimiento de AMLO/Sheinbaum al arraigo de la aversión, grabada en el código genético, en el ADN del mexicano hacia presidentes ‘Nopalitos’, sometidos a otro poder. Y de la aversión, también, a la excesiva presencia militar en la vida civil. Y eso puede incidir en las estrategias electorales y sucesorias en curso.
Vuelta al arroz cocido. Lo que sí: en las respuestas de Sheinbaum subyace el mensaje clave impuesto a todas las fases de su campaña desde Palacio: dar por descontado su triunfo electoral, su elección como hecho consumado. Es el famoso arroz que ya supuestamente se coció. Y con o sin tutela maximista: “la que va a gobernar (aunque no mande) soy yo”.