Presente y pasado. Hay quienes encuentran tranquilidad en el descuento de las horas que le van quedando al sexenio. Pero en 27 días, el mexicano no podrá quizás referirse al periodo del Presidente saliente como el sexenio pasado, en el sentido de finalizado, consumido. López Obrador no acaba de conciliarse con su pertenencia al pasado que lo alcanza. No puede ocultar su necesidad de controlar cada minuto del presente, que al instante se le vuelve pasado —su inminente pasado palaciego— que se esforzó el domingo en reescribir y proyectar al porvenir con la más impresionante colección de mentiras, aparte de las habituales del día a día: 120, en promedio, según le dijo el lunes por radio Luis Estrada, de SPIN, a Carlos Loret. Pero las proferidas en el Zócalo establecieron una marca insuperable en la historia de los informes presidenciales.

Futuro. No es compatible su anuncio de jubilación con su marcha contrarreloj para el aplastamiento del Poder Judicial. Junto con la reescritura del pasado y el estrecho control del presente, AMLO irrumpe también en el futuro, con una herencia cimentada en pilares dictatoriales en obra negra, vacíos institucionales a llenar, buena parte del territorio cedido a los cárteles criminales, el más alto récord de muertes violentas desde la Guerra Cristera, complicaciones financieras, la salud y la educación por los suelos y tensiones sobrealimentadas dentro y fuera por el propio Presidente… reteniendo, eso sí, resortes de poder que le reducen a Claudia Sheinbaum márgenes de decisión, de corrección y de negociación al interior y al exterior del grupo gobernante.

Orwell en México. Pertinente, la alusión de José Woldenberg, aquí, el martes de la semana pasada, a la desfiguración del lenguaje como recurso del poder totalitario, ejercido por “Big Brother” en 1984, y por la dictadura porcina en Rebelión en la granja. Alguna vez AMLO celebró esta rebelión, más por ignorancia de la que devino dictadura, creo, que por afinidad consciente. George Orwell, su visionario creador, aparece en efecto a cada momento de este tiempo mexicano. Casi no ha habido analista en medios que no decodifique uno a uno los ‘otros datos’ de la realidad alternativa narrada por AMLO, usando el recurso orwelliano de invertir el sentido de las palabras. El crecimiento equivale casi a estancamiento, la reducción de homicidios significa su brutal incremento, la reducción del precio de la gasolina, su aumento, y así, al infinito.

Sumisión es independencia. Pero Orwell no se queda en el palacio presidencial. La sesión del Congreso General para el inicio del primer periodo ordinario de la nueva Legislatura semejó esta vez una manifestación de 1984, a favor del “Gran Hermano”, con la sobrerrepresentada, vociferante mayoría oficial aullando el eslogan del honor con Obrador. Más bien, un horror, tratándose de la instalación del Poder Legislativo, supuesto contrapeso obligado a fiscalizar las cuentas del vitoreado, libre ahora de toda obligación de rendir cuentas. Un acto de rendición de cuentas simboliza además la entrega formal del informe presidencial a la Cámara de Diputados, un protocolo en que la secretaria de Gobernación pergeñó un irrespetuoso discurso de campaña, tan impertinente como las intervenciones de Lenia Batres en el pleno de la Corte. Y sólo comparable, en la “neolengua” orwelliana de la era López Obrador, a la llegada a Palacio, significante por antonomasia del poder, de un concurrido congreso de youtuberos aclamando, con el mismo honor con Obrador, la entrada a escena del anfitrión. Porristas y porros trasmisores de los vejámenes presidenciales del día contra jueces y ministros, intelectuales y periodistas críticos, su congreso tuvo una particularidad: se le llamó de ¡“periodistas independientes”! Sumisión es ahora independencia.

Académico de la UNAM

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