Chilpancingo o el corazón de las tinieblas. La imagen de la cabeza del alcalde expuesta en la vía pública de la capital del estado que, décadas atrás, colocó a México, por Acapulco, como escala mundial del turismo moderno, ilustra extremos de horror que nos transportan a pasajes de la África colonial. En El corazón de las tinieblas, o en su versión en las junglas de Asia de Apocalypsis now, Kurtz, el personaje simbólico de la novela de Conrad, como aquí los capos del crimen, ha traspasado todos los límites del respeto a la vida y a las normas más elementales de la convivencia humana. En este sentido, el horror de Chilpancingo cruza la línea de la actividad delincuencial, digamos, como ‘negocio’, para erigirse en delincuencia detentadora, a sangre y fuego, del poder político y del control de sus decisiones, con métodos surgidos del ‘vacío del alma’, cono se describe otro personaje de Conrad, en sus disputas para determinar cuál de las bandas somete, por el terror, a qué poblaciones. Y eso, más acá de la literatura, se llama terrorismo, dicho con toda conciencia de lo que ello significa en atracción de riesgos de acciones internacionales.

Quién manda. Para sólo hablar de los dos estados en la vitrina de la ingobernabilidad, en estos días, los cárteles de Guerrero y de Sinaloa aparecen dispuestos a advertirle al gobierno federal —e incluso a la sociedad nacional y a los poderes e intereses transnacionales— que son ellos —los criminales— los que mandan en sus territorios. Y que entre ellos resuelven, a plomo y machete, sus diferencias de límites y ‘jurisdicciones’. Y que, asimismo, ellos son y no los votos, ni la autoridad electoral ni el poder central los que deciden los cargos formales de gobierno y es ante ellos que deben rendir buenas cuentas si quieren mantener la cabeza en su lugar.

Doble cara. Ante el rápido desgaste del plazo de gracia al nuevo gobierno; frente a la previsible vigilancia y la pretendida tutela del expresidente de los pasos de su sucesora, y a la vista de agotamiento de la credibilidad estadounidense en la era de AMLO, el plan de seguridad presentado ayer en la mañana no había logrado destacar, todavía hasta bien entrada la tarde, sobre las noticias de Chilpancingo. El plan apareció escindido en dos caras: una para consumo de inversionistas internacionales, visible la víspera en The Wall Street Journal, y otra para consumo y tranquilidad del nuevo habitante de Palenque. Es decir, una estrategia para recomponer en el exterior la mala imagen de violencia, inseguridad y control territorial de las bandas criminales, con metas de resultados en los cien primeros días, en las diez ciudades más letales. Y otra para asegurarle al expresidente que no habrá cambios.

Dos énfasis. Entre los énfasis recogidos por el corresponsal José de Córdoba, del WSJ, sobresalieron: reducción de homicidios, contención de carteles, combate a los traficantes de fentanilo, fin de la extorsión de negocios. Y entre las informaciones de contexto del corresponsal: el fracaso tanto de la estrategia de Calderón como la de AMLO y buenos deseos de funcionarios estadounidenses de obtener del nuevo gobierno la cooperación que no tuvieron del anterior. En tanto, la otra cara del plan, la doméstica, fue recibida en los medios como garantía de continuidad para el expresidente, con énfasis en la ‘atención de la causas’ (la coartada de su gobierno para dejar hacer a las bandas criminales) la consolidación de la Guardia Nacional, así como un verdadero fortalecimiento de la inteligencia y una efectiva coordinación del gabinete de seguridad federal con los gobiernos estatales. Y como para que AMLO no albergara la menor duda, la presidenta Sheinbaum cerró la presentación con la seguridad de que no va a regresar la guerra de Calderón. Quien a dos caras planea…

Académico de la UNAM

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