Anticipo de estado policial. Asomó en las últimas horas un anticipo del estado policial que nos espera con la aprobación de la llamada ‘reforma judicial’. Las extorsiones y las diversas formas de persecución, con sus familias, de senadores opuestos al golpe contra la República, exhibieron a las fiscalías del régimen artilladas contra la oposición política. Fue sólo un adelanto de lo que vendría con la inhabilitación del Poder Judicial como dique de contención del despotismo y como garante de las libertades y derechos de los particulares. En la más pura tradición de las dictaduras latinoamericanas, el inminente golpe equivaldría a la disolución del sistema judicial como poder autónomo de la República. Y, así, en lugar de los tres poderes clásicos de nuestro sistema, se cerrará el triángulo de hierro del despotismo. Colocado en el vértice de quien ejerza el supremo poder ejecutivo, se perfilan, de un lado, fiscales, jueces, magistrados y ministros controlados por el oficialismo. Del otro lado, las fuerzas policiales —militares con la Guardia Nacional integrada al Ejército. Y, en la base, una artificial supermayoría de legisladores enfilada a la captura del resto de los órganos constitucionales autónomos y sus funciones regulatorias y garantes de derechos y libertades. Todo el poder en manos de una persona. El fin de todo freno y todo contrapeso al poder absoluto.
Las horas más oscuras. También en estas horas, las más oscuras de un sexenio de por sí sórdido para las libertades ciudadanas, asomaron, junto al anticipo del estado policial en incubación, los peores y los mejores rasgos del elenco político del país. El Presidente, con sus secuaces empecinados en completar el regalo al caudillo con los restos del Poder Judicial, no calcularon la reacción extraparlamentaria. Y tampoco previeron los escandalosos costos de la cooptación de votos opositores con amenazas, extorsiones y venta de impunidad. Todo, en medio de un paro nacional sin precedente en la historia y una movilización que al momento de enviar estas líneas, tenía interrumpida en el Senado la sesión del tiro de gracia a la autonomía judicial. Por otra parte, al lado de las pulsiones vengativas del monarca, prevaleció el valor de los senadores que mantuvieron su oposición al esperpento presidencial. Pero, también, al lado de la encomiable cohesión de las oposiciones parlamentarias, las ofertas de impunidad hicieron mella en legisladores vulnerables que además pudieron encontrar la excusa para su defección en la precariedad de sus organizaciones partidistas. Y los que sí alcanzan a vislumbrar, pero así lo asumen, el estigma que caerá sobre sus nombres por ser parte de este golpe a la república camino a la dictadura.
El otoño del patriarca. Sea que conserve —o no— una buena porción del poder del Estado después de los 20 días que hoy le restan a su sexenio, López Obrador no podrá apartarse ya de su sitio en la historia y probablemente en la literatura: un perfil de gobernante despótico, en teoría política y, en las letras latinoamericanas, un personaje del subgénero de ‘novela de dictador’. Independientemente de la votación en curso o culminada en el Senado en estas horas, con el mero hecho de haber mandado liquidar al Poder Judicial, a costos calamitosos, AMLO quedará en los anales mundiales de los golpes contra el Estado constitucional democrático. Y con el móvil de sus pasiones ingobernables de ambición y de venganza —por resoluciones jurisdiccionales dirigidas a detener sus actos arbitrarios y sus leyes inconstitucionales— también podría pasar a las páginas de algún sucesor de García Márquez, el de El otoño del patriarca, o de Roa Bastos, el de Yo, el supremo, como lo ha venido sugiriendo en estas páginas el escritor, investigador académico y caza plagiarios Guillermo Sheridan.
Académico de la UNAM