El daño está hecho. En un balance preliminar del sexenio, el libro El daño está hecho (ed. Grano de sal) documenta 16 zonas de devastación. Lo escriben reconocidos especialistas, profesores universitarios y actores públicos. José Woldenberg, Lorenzo Córdova, Sergio López Ayllón, Martín Reyes, Jorge Javier Romero, Tonatiuh Guillén, Mauricio Merino, Jacqueline Peschard, José Casar, Rolando Cordera, Enrique Provencio, Ciro Murayama, Mariana Niembro, Raúl Trejo Delarbre, Julia Tagüeña, Julia Carabias, Antonio Azuela, Francisco Báez, entre otros.
Tierras arrasadas. El título es estremecedor, pero realista. Y el contenido dista de la resignación: desde el subtítulo hay una oferta (cumplida en la mayor parte de los textos) de ‘políticas para la reconstrucción’. El libro en conjunto forma un paisaje de escombros y tierras arrasadas, aquí y allá, con zonas resistentes a la destrucción y reservas institucionales y humanas para enderezar y reemprender el camino.
De la democracia al deporte. Entre otros temas, el volumen registra los daños y las vías de reparación en el campo de la democracia y el sistema electoral; los estragos en el estado de derecho; la militarización; la alineada y cruda política migratoria; la “corrupción vigente”; el asedio al sistema de transparencia; la alternativa “frente al monólogo de AMLO”; el gran descalabro en materia ambiental e incluso el desorden y la mezquindad (austeridad) del gobierno con el deporte.
Paso a la destrucción; dique a la reconstrucción. Entre los peores saldos del sexenio faltaría la violencia criminal extendida en el país, asociada al curso que tome la reciente divulgación de investigaciones estadounidenses sobre vínculos de dos cárteles con el entorno presidencial. Y hay un daño acaso mayor que los más desoladores recogidos —o no— en el libro: el que le da paso libre a la continuidad de la destrucción y constituye un dique para la reconstrucción. Se trata de los efectos de la celebrada narrativa de palacio, que mantiene el acuerdo con el presidente de la mitad de la población. En los hechos, activa o pasivamente, ese 55 por ciento apoya la negligencia o la complicidad de las autoridades con el crimen y la demolición de las instituciones democráticas.
Banalidad del mal. El poder manipulador del presidente ha llevado a buena parte de la población a pasar por alto, a trivializar, a normalizar los ataques a las libertades de expresión, al estado de derecho, al derecho de la gente a saber a través de la transparencia y del acceso a la información. Busca que a la gente le dé igual la militarización, el trato inhumano a los migrantes y el acoso y el descrédito a los periodistas que descubren lo que el poder oculta. A cambio del reparto de dinero público privatizado como regalo presidencial, se procura la indiferencia ante el fracaso del régimen en salud y educación, el avance de la corrupción y la persecución de la ciencia y los científicos. Es la banalidad del mal acuñada por Hannah Arendt al asistir al juicio del criminal nazi Adolf Eichmann.
Zona de interés. Hoy se utiliza el concepto para muchos fenómenos. Y en nuestro caso nos puede ayudar a describir el proceso de trivialización de las peores barbaridades por los cortesanos de un régimen que, desde la impunidad del poder, parecen negados para discernir sobre las peores consecuencias de sus actos. En la novela de Martin Amis en que se basa la película polaco-británica, todavía en cartelera, Zona de interés, la casa solariega del comandante del campo de concentración de Auschwitz, se ubica junto a aquel infierno. Y la banalidad del mal, interiorizada masivamente en la población, lleva al niño más pequeño de la casa a jugar, entre otros, con los aterradores ruidos que despide el encendido de los hornos crematorios.