El ropaje narrativo. El presidente López Obrador y su gestión se perciben de pronto al desnudo. Igual en su condición de comandante en jefe de unas fuerzas armadas en veloz e ineficiente invasión del gobierno civil, que en la de líder carismático camino a completar el control de todos los resortes de decisión de los poderes del Estado. Lo revelado por los archivos de la Secretaría de la Defensa a través de los Guacamaya Leaks y los testimonios de la autora de El rey del cash podrían estar rasgando buena parte de los ropajes narrativos con los que el gobernante logró, hasta ahora, legitimar un proyecto de mando autocrático de destrucción institucional y de supuesta refundación del país. Los efectos en el deterioro de las condiciones de vida, producto en buena parte del mal desempeño de gobierno y administración, podrían adicionalmente terminar por desarropar un proyecto edificado básicamente con millones de palabras y ‘otros datos’, diferentes a los que arroja la realidad a la cara de la población.
Los velos castrenses. El poderoso aparato de comunicación y propaganda de Palacio, al comando del cual el presidente dedica la mayor parte de su horario laborable, parecería resultar insuficiente para enfrentar los contrapoderes comunicativos de la era digital. Por el hackeo a la Sedena ahora fluyen torrentes de datos de veracidad irrefutable, verdaderos tijeretazos a la vestimenta de la narrativa presidencial. La imagen fabricada de un presidente invulnerable, frente a la cuchilla de sus documentadas vulnerabilidades de salud. La fama creada de un recato monacal de la familia, en entredicho con reportes de escenas de vida relativamente privada, pues transcurren entre recursos, instalaciones y vehículos del Estado, sujetos a escrutinio público. El velo de la supuesta confiabilidad militar sobre la supuesta corrupción innata de la administración civil cede ante los datos oficiales ahora circulantes de falta de transparencia de la gestión castrense, de tráfico de armas desde campos militares o de desvíos derivados de la conversión de las fuerzas armadas en contratistas de obra pública. Para no hablar del mal cortado traje del Ejército como garante de los derechos humanos, con sus contrahechuras de intervenciones telefónicas ilegales. Pero sobre todo están documentadas las omisiones militares a sabiendas de operaciones criminales en curso, que desnudan el discurso presidencial de la milicia como fuerza imprescindible para restablecer la seguridad pública.
Percepción selectiva. Como pieza del género testimonial, el temprano éxito de ventas e irrupción en la conversación pública de El rey del cash, de la reportera Elena Chávez, sobre el origen ilegal del financiamiento de la vida familiar, del equipo y de las campañas de López Obrador, se sustenta en el relato de cómo vio, oyó, olió, degustó o tocó los hechos que recoge el texto. No es un reportaje de investigación ni una denuncia de hechos al ministerio público, aunque una fiscalía independiente encontraría temas de indagación. Las pruebas que se le exigen corresponden a otro género periodístico o de investigación, académica o forense. Por lo pronto, el libro y los Guacamaya Leaks rompieron el monopolio de Palacio en la fijación de la agenda pública. Y conforme a los estudios de la percepción selectiva de las audiencias, éstas volcaron selectivamente su atención en este par de piezas comunicativas, en detrimento de la atención que concentraba la narrativa presidencial. Por eso el presidente y sus medios optan por minimizarlos, por negar su trascendencia, por no actuar contra sus autores. La apuesta es al olvido, a evitar la retención de estos hechos, siguiente paso de la libertad selectiva de las audiencias, que decidirían, en un tercer paso, qué hacer con esa memoria colectiva. Quizás en 2024.