Un recuerdo para el presidente. Una y otra vez, el ya expresidente Echeverría veía la película de la pedrada sufrida en su polémica visita a la UNAM. Entonces todavía era presidente. Fue el 14 de marzo de 1975. Y a mi pregunta sobre esa extraña conducta, uno de sus colaboradores me respondió con muy compartible humor mexicano: es que mantiene la esperanza de que en la siguiente proyección la piedra no le dé: no haga blanco en su amplísima frente. Quién sabe qué pasaría por la cabeza del expresidente en su sala de cine de San Jerónimo. Pero lo más probable es que ni en lo más recóndito de sus pensamientos haya asumido su irresponsabilidad al exponer de esa manera la integridad física del jefe del Estado. Este recuerdo se me ha hecho presente ahora envuelto en una fantasía: que AMLO pudiera ver, como en una película, los rasgos de su propia personalidad, de su aproximación al fenómeno del poder y de su gestión como presidente. Seguro no le irá mejor por ver su película muchas veces, pero quizás le ayudaría a explicarse sus acciones y omisiones ante la destrucción a cargo de Otis y ante el paisaje de ruina de después del ventarrón.

Descubrimientos de Otis. O no estaba accesible, o no estaba de humor, o no le avisaron por no importunarlo, o él no le dio importancia al aviso. Su gente debió trasmitirle la víspera la advertencia —de diversos sitios electrónicos— de que sería ‘catastrófico’ el choque del huracán contra Acapulco. Junto a la incompetencia de su leal, incondicional entorno, el presidente podría reconocer en el filme el temor reverencial que ha impuesto entre sus allegados: temor incluso de irrumpir con un tema diferente al de las obsesiones presidenciales. Y si alguien lo hizo, a la emergencia acapulqueña anunciada no le alcanzó para desplazar de las prioridades de palacio el ajuste de cuentas con el Poder Judicial y los medios independientes y la destrucción de toda sombra de contención o resistencia a sus designios. Una personalidad y una aproximación al ejercicio del poder que han marcado la gestión de López Obrador con efectos cada vez más insostenibles. Otis parecería poner al descubierto las ineficiencias del presente estilo de mando —que no de gobierno— incompatible con una sociedad que ha probado la democracia y no parece dispuesta a rendirla ante la autocracia.

Maldito huracán que barrió con mi agenda. Algo más que vidas humanas, viviendas y negocios se llevó en su ferocidad el viento de Otis. Allí el presidente podría ver con los ojos de la gente su accidentado, fallido, dudoso viaje terrestre a la zona de desastre. Entre la negación y el aturdimiento podría contemplarse con la mirada perdida o fija en el fango que salpicaban las patinadoras llantas del ya célebre yip militar, atascado en el monte. Pero la contrariedad del presidente parecía deberse más al inconveniente de ver alterada su agenda de manipulación mediática del día, que al drama de su amado pueblo guerrerense. Maldito huracán, podría haber pensado, que me arrebató el control de la conversación pública y desvió la atención de mis presas del momento.

Ausencia del Estado. La célebre película de culto ‘Cuando el destino nos alcance’ es un llamado de alerta ante el desastre ecológico que ya se vislumbraba en aquella década de 1970. Ubicaba el colapso planetario medio siglo después, justo en la presente década de 2020. A una semana, hoy, del paso del huracán, no es exagerado afirmar que el futuro nos alcanza ya con las escenas de otra destrucción: la extinción de las instituciones y las percepciones de ausencia de Estado. Los saqueos a la luz del día sin que apareciera autoridad alguna fueron bendecidos por la alcaldesa de Acapulco como expresiones de cohesión social y parecían contar con la protección de una narrativa presidencial de repudio a la ley.

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