Inaplazable. El resultado electoral del Estado de México para nada pone en entredicho, sino que lo confirma, el despuntar de una nueva época, en urgente germinación, de un realineamiento en la competencia electoral, entre dos grandes coaliciones en clave bipartidista. Ante la carga de la coalición al mando del presidente López Obrador, con sus propósitos de perpetuación, parece inaplazable el afianzamiento y la perdurabilidad de una coalición alternativa. Sería un medio para tratar de garantizar la sobrevivencia de la democracia constitucional y de consolidar nuestro acosado régimen de elecciones competitivas y alternancia en los cargos de elección. También, por supuesto, de asegurar la pervivencia de las demás libertades públicas y de los otros derechos bajo fuego, empezando por la libertad de expresión.

Signos vitales, a pesar de todo. Con lo ocurrido en la campaña del oficialismo: impulsada contra la ley por el presidente, en flagrante, continuo e impune atropello de la legalidad electoral, hay que asumir que el saldo neto del domingo en el Edomex fortalece el proyecto de continuidad del poder autocrático, gracias al arsenal de recursos políticos y económicos que le agregará el control de esta rica, vasta —y la más poblada— entidad federativa. A la derrota contribuyeron, asimismo, sin duda, los evidentes vicios y vulnerabilidades, simulaciones, mezquindades e incapacidades de quienes controlan los partidos de oposición. Pero la aproximación a 8 puntos de la candidata de la alianza alternativa de PAN, PRI y PRD, muestra también la prevalencia de los signos vitales de un electorado ciudadano con voluntad de resistir a un proyecto prodictatorial.

Prepotencia presidencial y miserias en la oposición. Son, aquéllas, señales de que hay vida —democrática— más allá del exhibicionismo impúdico de prepotencia presidencial y de la miseria de un líder del PAN que, por cuidar sus despojos, ahuyenta la eventual llegada a la alianza de personajes del oficialismo desplazados por AMLO. Y más allá, también, de la desgracia de un líder del PRI que espanta votantes con su pura pinta, su lenguaje y su historial, al tiempo que embiste al interior de las menguadas filas de su partido, repartiendo culpas de esta su pérdida de gobierno estatal número 12, a 5 años de apoderarse del control partidista. Dos gobernadores y pico menos por año.

AMLO: arraigo transexenal. Alianza opositora: ¿permanencia? Se imponga, o no, el proyecto de continuidad y concentración de poder absoluto en la sucesión del año próximo, lo que sí ya es un hecho es que el Presidente ha logrado arraigar una base de clientelas, adictos y devotos que aspira a conservar en una amplia coalición partidista, a activar durante y más allá de 2024. A la vista de este arraigo y la permanencia, a mediano o largo plazos, de la coalición obradorista, resulta imperiosa la consolidación y permanencia de una alianza alternativa —y competitiva— igual: de mediano o largo plazos. ¿Objetivos a consensuar?: contener —y corregir— los extravíos en curso y negociar en su seno un proyecto de profundización de reformas democráticas y sociales que aleje al electorado de la seducción dadivosa y embustera de la autocracia populista.

La hora de las coaliciones. La desaprobación presidencial rondaba el 45 por ciento de ciudadanos con credencial de elector a principios de año. Y cotejando este dato con la lista nominal de electores, cercana a los 100 millones de potenciales votantes, al menos una parte de un universo de 45 millones de desafectos al régimen estaría en espera de un cauce electoral confiable para expresar en las urnas su voluntad de enderezar la marcha del país. Sin Markos ni Alitos, es la hora de las coaliciones. En solitario y frente a Palacio, cada partido opositor iriá en ruta de extinción.