Controlar la conversación. Cada vez queda más exhibido —y más rechazado— en México y en el mundo el proyecto político del presidente López Obrador. Se trata de un modelo monopólico inconstitucional —hoy controvertido en la Corte— de los procesos electorales, sí, pero como medio para coronar, por esa vía, el control monopólico de todos los órganos y poderes del Estado. Y gracias a las destrezas y el aplomo de la periodista Nayeli Roldán, AMLO fue conducido a confesar, el viernes, el propósito central del modelo de comunicación del régimen: monopolizar también la agenda, el temario, los giros de las conversaciones de la gente. El monopolio del poder político exige el monopolio de la agenda pública, excluyente de otras voces, de otros temas que no sean los del autócrata. Se trata de la pieza maestra de las dictaduras en formación en entornos democráticos, tras llegar al poder auspiciados precisamente por la legalidad democrática, misma que se proponen socavar hasta su demolición.
Exclusión o censura. En efecto, este fin de semana, la reportera Roldán, de Animal Político, llevó al Presidente a reconocer, con todas sus letras, el sentido de sus ‘mañaneras’. Se trata de monopolizar el temario de la conversación nacional, con la exclusión —o la censura— de los temas que el régimen se propone ocultar. Éste fue el caso del espionaje militar a civiles que la periodista documentó ante el Presidente, en tiempo real y a través de los medios y las redes de palacio. “Usted no va a poner la agenda”, tronó el presidente con la vista fija en una profesional, respetuosa y respetable periodista Roldán, que así obtenía, entre injurias del presidente, su confesión implícita en el sentido de que nadie más que él dicta aquí los temas a discutir por la gente.
Fuente de desinformación. Pero en estricto sentido, en las sociedades democráticas y en la teoría denominada agenda setting, corresponde a los medios la definición final de la agenda: de los temas de la conversación social, procesando los datos de la realidad y los mensajes de los llamados definidores primarios de dicha agenda, en primer lugar, los del Presidente, en regímenes como el nuestro. Y en este punto radica el trastocamiento autoritario de la comunicación institucional de palacio. En las ‘mañaneras’, el Presidente se propone también monopolizar todas y cada una de las fases de la comunicación pública. Se erige en la fuente única de información del país. O de desinformación, dado su récord de más de cien mil afirmaciones sin sustento acumuladas en sus primeros cuatro años. Lo peor es que muchos medios suelen dar a esas afirmaciones carácter de noticias, sin el menor cotejo de veracidad, conforme a una (nefasta y antigua) rutina del periodismo mexicano.
La confesión. Pero la ‘mañanera’ se erige también en un conglomerado de medios de comunicación, con sus propias audiencias y secciones de información nacional, internacional, deportiva, de espectáculos, nota roja y opinión, que incluye los ex abruptos, injurias y difamaciones a cargo del propio presidente. Finalmente, el Ejecutivo se transmuta allí mismo en audiencia crítica de los demás medios, para reprocharles sus criterios noticiosos, sus hallazgos, sus revelaciones, producto, según el gobernante, de inconfesables vínculos con los enemigos de la ‘transformación’. A todo esto se sobrepuso Nayeli Roldán con el resultado de exhibir la ofuscación del presidente al negarse a rendir cuentas de una documentada conducta ilegal del ejército a su mando. Y con el éxito periodístico de obtener la implícita confesión presidencial de su estrategia para monopolizar la definición de la agenda del debate nacional, excluyente de la pluralidad y del ejercicio de los derechos informativos, como el de hacerle preguntas a la autoridad sobre sus actos y omisiones.