La ‘Era de AMLO’. La presidenta empezó por extenderle al ya expresidente la sentencia del juicio de la historia como ‘el mejor presidente de México’. Claudia Sheinbaum erigió enseguida el legado de quien siempre no se ha ido en la gran guía para el futuro. Y se comprometió a edificar el ‘segundo piso’ de la transformación iniciada por López Obrador. No la ‘cuarta’, como repitió ayer tras rendir la protesta de ley, pero sí la segunda etapa de esta era: la era de AMLO. No le demos más vueltas. Sheinbaum anunció el ‘retiro de la vida pública’ del prócer. Y lo despidió: “Hasta siempre, compañero, amigo, etc.” Y uno pudo pensar que el desmedido panegírico sería el ‘pago de marcha’ al alabado por su jubilación del poder. Pero luego siguió una especie de séptimo informe de AMLO en boca de la nueva presidenta. En verdad, una AMLO bastante mejor en dicción y recursos retóricos, con una lección de historia rosa de nuestros héroes mejor resumida que las contadas en las ‘mañaneras’. Pero Andrés Manuel no se va. Acaso se transfigura en Claudia. Claro, mientras ésta no se salga del guion. Y no tiene por qué salirse. Sheinbaum se veía cómoda en la piel de López Obrador.
El discurso y el paisaje. Pero eso no fue todo. Sheinbaum repitió a continuación, sin el menor matiz, los mismos rudimentos del discurso económico, la misma demagogia, las mismas falsificaciones de López Obrador. Y sus mismos slogans, que sus ‘legisladores’ coreaban mansamente como niños en clase de catecismo o como público de mayores con Juan Gabriel al micrófono. Y este paisaje humano de San Lázaro acabó por despejar la primera incógnita, dominante dentro y fuera del país, de si la nueva presidenta imprimiría un sello propio a su gestión, y en qué consistiría. Y si bien no dejó duda de la ausencia de tal sello la devota oración dedicada por Sheinbaum a su mentor, aunque no lo hubiera hecho, el lenguaje escénico del recinto parlamentario y la supermayoría de AMLO, no por artificial menos ensordecedora, habría mostrado ya la falta de márgenes de la presidenta para ejercer algún grado de autonomía. El honor de estar con Obrador coreado por más de dos tercios del Congreso y la mitad del gabinete de la propia Sheinbaum, de principio a fin de la ceremonia de protesta en el cargo de la presidenta, le hacían ver a quien quisiera verlo, junto con la masacre de la independencia judicial, dónde está el eje que mueve y moverá a su antojo los poderes del Estado en el periodo constitucional iniciado ayer.
Preguntas en cascada. La otra gran incógnita, preocupante en grado extremo, a responder ayer por la nueva presidenta, radicaba en si seguirá la liquidación en curso de las bases que sustentaron la joven democracia mexicana. Sheinbaum despachó sumariamente la respuesta con frases que quedaron suspendidas en el vacío de derechos e instituciones garantes, barridos por su venerado antecesor. Desde la formulación de la respuesta: “Garantizaremos todas las libertades y todos los derechos”, la presidenta parecería prefigurar los peores rasgos del nuevo régimen que dicen propugnar. Porque barridos los poderes de la República como contrapesos del poder supremo, barridas las instituciones garantes de derechos y libertades, surgen en cascada otras preguntas: ¿quiénes ‘garantizaremos’ esos derechos y libertades?, ¿quien ejerza el poder absoluto? ¿El monarca o la monarca como benevolentes jueces, legisladores, árbitros electorales, custodios de los derechos humanos, la transparencia gubernamental, la competencia económica y el derecho de acceso a la información? ¿Serán ellos los únicos facultados para darle a cada quién lo justo, para vigilar y castigar? Ello se llama autocracia o dictadura. La presidenta quedó a deber respuestas y tiene poco tiempo para responder. Porque dicen que el que calla, otorga.
Profesor de Derecho a la Información. UNAM