Lecturas de la toma del Metro. Solventes especialistas han documentado la impertinencia técnica de apostar más de seis mil guardias supuestamente para prevenir sabotajes en las estaciones del Metro. Pero los efectos de un mensaje de militares en los andenes en busca de ‘saboteadores’ enciende el imaginario colectivo, por su relación con imágenes reconocibles de ocupación y persecución a cargo de regímenes totalitarios: un mensaje generador de miedo como instrumento de dominio y silenciamiento social. Pero con independencia de lo que se haya propuesto trasmitir el presidente, por su circunstancia del desgaste de hoy, su mensaje podría descifrarse como anuncio de una escalada contra desafectos y críticos, de dentro y fuera de la administración. Y, por la implicación en la maniobra de la aspirante favorita del presidente para sucederlo, la lectura es de un rescate militar de la “corcholata” y una avanzada de involucramiento castrense en la sucesión presidencial. Umberto Eco planteó, hace medio siglo, que en sociedades complejas, como la nuestra, los mensajes se suelen interpretar de modo diferente al pretendido por el emisor, en razón de la diversidad de culturas y sistemas de creencias. A esta decodificación aberrante, como la llama Eco, concurren además diferencias de expectativas e intereses y un alto escepticismo ante las versiones oficiales.
Escalada anti ‘adversarios’. Una primera lectura ciudadana estableció que la toma de las estaciones por la Guardia Nacional fue una puesta en escena -bufa para unos y para otros dramática- para respaldar el mensaje del presidente y su coro de que el colapso del Metro podía deberse a ‘saboteadores’ y no al criminal escamoteo de sus presupuestos de mantenimiento, como lo plantearon las voces independientes. Una segunda lectura percibe la presencia castrense en los andenes, más las actuaciones ‘en vivo’ de funcionarios frente a vagones siniestrados, más los arranques punitivos de la prensa oficial, como anuncio de una escalada en el patrón presidencial de culpar y estigmatizar a otros de los efectos de sus actos y omisiones. Pasaríamos de la descalificación verbal de los críticos a la fabricación de una historia de sabotaje atribuible a los “adversarios”, acaso ‘infiltrados’ entre los trabajadores del Metro y en supuesta concertación con el alud de críticas a la gobernante. Todo, para ocultar la realidad desastrosa de la administración de la ciudad y para la ‘comprobación’ de la existencia de “saboteadores” contra la “transformación”.
Sucesión y fuerza de las armas. Una tercera lectura se abre paso en medio de las convulsiones futuristas exacerbadas en la primera quincena del año. Una frase en medios impresos y redes sociodigitales: “Apoya el Ejército a Sheinbaum”, le dio al paisaje de guardias nacionales viendo pasar los trenes una connotación de alineamiento militar con la jefa de Gobierno de la capital en su condición de favorita aspirante a la Presidencia. Esta imagen ha venido a reforzar la apreciación de los militares como potenciales actores relevantes del proceso electoral de 2024, así como de la supuesta determinación del presidente de sostener su voluntad sucesoria, cualquiera que ésta sea, y siempre que resultara necesario, con la fuerza de las armas.
Árbitro electoral ciudadano o árbitro militar. Abonarían en esta lectura el resurgimiento de las furias del presidente, con sus descalificaciones infundadas, al Instituto Nacional Electoral, así como los aprestos del oficialismo para liquidar —por encima de la Constitución— al árbitro electoral independiente, justo en el periodo de sesiones del Congreso que empieza en menos de dos semanas. Muy pronto sabremos si la intención superior es pasar del INE como árbitro electoral ciudadano, a un irrefutable árbitro militar electoral.