Preocupaciones mexicanas. En pocos acontecimientos internacionales, tan lejanos en la geografía, se han involucrado tanto los mexicanos como en el seguimiento de la invasión rusa a Ucrania iniciada hace siete días. Sólo un 8 por ciento dice no preocuparle nada el sanguinario atropello de Putin, y un 2 por ciento no contestó. En cambio, siete de cada 10 mexicanos opinan que la guerra en Ucrania podría afectarnos mucho o algo, mientras que 73 por ciento afirmó estar muy o algo preocupado por la situación, de acuerdo a la encuesta de Alejandro Moreno en El Financiero. Pero quizás otra pregunta a algún segmento podría decirnos algo de la preocupación mexicana por los grados de locura, de vesania que puede desarrollar un autócrata que no admite opiniones alternativas, ni límites de las normas de derecho, ni de las reglas esenciales de la convivencia, nacional e internacional.
AMLO, Putin Trump. De hecho, el presidente López Obrador ya había dado muestras de cercanía y afinidad con el autócrata ruso, que cayó 11 puntos en la buena opinión de los mexicanos, mientras la mala opinión se disparó de 11 a 60 puntos. Frente a esta percepción de sus connacionales, el presidente de México podría perder puntos adicionales de aprobación —ya perdió entre 4 y 6, según cada encuesta, por el tema de su hijo en Houston. Pero además podría acelerar un proceso de aislamiento internacional tras su decisión de no secundar las sanciones económicas, culturales, deportivas a Rusia, acordadas por todos los países de la Unión Europea y Estados Unidos. Ya había llamado la atención el hecho de haber sido el último gobierno en condenar la invasión y de no haber copatrocinado la resolución que la deploró en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, aunque sí terminó votando por ella. No faltó quien recordara que el presidente mexicano fue el último también, precisamente junto con Putin y otros del mismo registro, en felicitar al presidente Biden por su elección, en línea con los últimos esfuerzos por mantenerse ilegalmente en la Casa blanca, por parte de Trump, quien ahora celebró la furia de Putin contra Ucrania.
Cuatro negaciones. Incómodo y más propenso a la negación de la realidad, se ha visto el presidente. Trátese de las evidencias del estilo de vida de un hijo en Texas, estilo facilitado por un exponente de una empresa contratista de Pemex. O de los efectos previsiblemente nocivos para el país de la incipiente guerra de Europa. (No hay de qué preocuparse, dijo, como antes lo aseguró de la pandemia). O de los ‘fusilamientos’ de San José de Gracia, desestimados por él como probables ‘montajes’. O trátese de la descomposición del grupo gobernante. En la saga de la historia del primogénito en Houston, parece venir la historia, ya en la mesa de un juez, de una trama de extorsiones presuntamente tejida desde una de las oficinas de Palacio más cercanas al presidente.
Y una doble trampa. Se acerca el 21 de marzo, fecha fatal para dar por terminado y en funcionamiento el aeropuerto de Santa Lucía, llamado ‘internacional’, aunque tenga pocos lugares (slots) para recibir aeronaves. Y aunque el viajero de llegada arribe a un pueblo lejano y todavía incomunicado, mientras el viajero de salida tenga que invertir más de dos horas para acercarse. Pero lo que importa para el presidente es su imagen, escoltado por militares en el mejor emplazamiento de la llanura, con un mensaje de propaganda al servicio de sus siguientes campañas. El problema está en que se le junta la fiesta por la culminación de esta gravosa obra emblemática (si se le cargan los costos de la ruinosa cancelación del de Texcoco), con su fiesta de la revocación, convertida por él en ratificación. Doble fiesta y doble trampa: porque las normas de la segunda fiesta le impiden la promoción de la primera.