Un septiembre “muy favorable”. Este mes se vuelve a hacer patente la paradoja mexicana de un líder medido consistentemente como muy popular, pero a la vez visto como el jefe de un estado presuntamente fallido o en vías de serlo durante su —rubro por rubro— mal calificada gestión. ‘Estado fallido’ —o ausente— se repitió en redes y medios desde el sábado a la vista de las nuevas muestras de control territorial y poblacional de los cárteles. Otra vez, las preguntas sobre la anuencia, la negligencia o la complicidad con el crimen de altos exponentes del estado. Imágenes de un arribo triunfal a un pueblo de Chiapas —en medio de la aclamación ‘popular’— de un contingente motorizado —y con armas de alto poder— supuestamente del Cártel de Sinaloa. Una fuerza criminal recibida como un ‘ejército de liberación’ del yugo de otra fuerza criminal: el Cártel Jalisco Nueva Generación. Pero aún en medio de estas percepciones críticas de abandono estatal, este mes ha resultado “muy favorable” para la popularidad de AMLO, de acuerdo con el reporte del viernes pasado del reconocido analista Roy Campos, presidente de Consulta Mitofsky.
Narcoestado y disfunción narcotizante. A doce meses exactos de final del periodo constitucional de López Obrador, contados a partir del próximo fin de semana, no han faltado, tampoco, referencias a la prefiguración en este sexenio de un ‘narcoestado’. Y, curiosamente, un puntal de los niveles estables de popularidad del Presidente parece encontrarse en la teoría llamada de ‘disfunción narcotizante’ de la comunicación masiva (‘narcotizing dysfunction’) desarrollada a lo largo de casi ocho décadas desde que la publicaron Paul F. Lazarsfeld y Robert K. Mertonen 1948. El caso es que ahora que Roy Campos revela (¿alerta?) que “estamos viendo de nuevo a un presidente controlador de la conversación, incluso generando los distractores que en general operan a su favor”, parecería describir, en sus términos, una versión actualizada de esta teoría de la ‘disfunción narcotizante’, atribuida primero a los medios masivos y más tarde a las subsecuentes plataformas y estrategias de comunicación de los poderes.
Intoxicación de ayer y hoy. De dos a tres horas de comparecencias presidenciales diarias con formato de programa de tele en vivo, trasmitidas a través de un complejo multimedia que invade masivamente los demás medios y la conversación pública. Los efectos de este paisaje mediático podrían constituir una versión actual de la disfunción narcotizante clásica: la saturación de mensajes de los medios que impide su procesamiento y siembra una conformidad pasiva, narcotizada, apática con los definidores de la agenda. En el México de hoy ese conformismo es reforzado con el reparto de recursos en un amplio sector de las audiencias, predispuesto en alguna medida, a engancharse al control de la conversación y a los distractores impuestos por el gran emisor.
Descontrol del crimen; control de la conversación. Las imágenes de Chiapas parecerían ilustrar el dato manejado en Washington de que el estado mexicano ha perdido el control de la tercera parte del territorio nacional a manos del crimen. Y a su vez, los datos de Mitofsky comprobarían que, en efecto, el jefe de ese estado sin control del crimen mantiene sin embargo el control de la conversación pública. Ello, a través de distractores que le permiten negar o minimizar hechos que exhiben el fracaso de sus políticas e incluso disfrazarlos de éxitos generosos, para con ello mantener la conformidad de la audiencia y la popularidad del líder. Además, el Presidente ha ‘enriquecido’ la disfunción narcotizante clásica con el estupefaciente más de cien mil afirmaciones falsas o engañosas, sin manera de desentrañar, sólo en sus comparecencias matutinas de culto a su persona y degradación de los demás.