La república pende de un hilo. El Zócalo le quitó el domingo al presidente el control de la conversación pública que había logrado monopolizar por cuatro años. Ahora es el potencial de la gente para contener los aprestos dictatoriales un tema central de sus discusiones, claro, junto a los apremios de la vida cotidiana: alimentos con precios fuera del alcance, inseguridad rumbo a los 200 mil homicidios acumulados; desprotección de la salud y plan en curso de imposición ideológica en el sistema educativo, a costa de la enseñanza de la aritmética y la lectura. Sí. También le arrebató el ciudadano, al poder presidencial, el monopolio de la capacidad de colmar esa imponente Plaza. Pero, acaso más relevante, la ciudadanía hizo manifiesta la viabilidad de las actuales iniciativas de la sociedad tendientes a impedir que López Obrador consolide su avanzado proyecto de monopolizar a perpetuidad el poder mediante la concentración en su persona de todas las decisiones de la República. A impedirlo, fue el llamado de la voz colectiva. Pero también se advirtió, al pie de Palacio Nacional y del palacio de Justicia, que esa empresa pende de un hilo: que ocho de los once ministros de la Suprema Corte se respeten y cumplan su función de hacer respetar el orden constitucional.
Frente ciudadano y frente constitucional. Se ha abierto un frente ciudadano al engranaje en marcha compuesto por las reformas anticonstitucionales del presidente, la abyección de un par de ministras dispuestas a ‘defender’ y aprobar lo que se les ordene, y las presiones presidenciales sobre otros dos togados, suficientes para declarar el apego a la Constitución del engendro inconstitucional. Pero está también el frente escudado en la Ley Fundamental. Y así, en la Corte quedaron depositadas las grandes expectativas del México ciudadano. Las hizo explícitas el ministro en retiro José Ramón Cossío, al hablar por los cientos de miles de mexicanos movilizados este histórico 26 de febrero, precisamente, como lo enfatizó el ministro, en la Plaza llamada de la Constitución. Allí se trazó la encrucijada actual del país: retomar el camino de la certeza democrática que ha garantizado el INE desde el despuntar del siglo, o tomar la vía, no de regreso al autoritarismo conocido en el pasado, como se afirma, sino de un salto al vacío rumbo a un régimen absolutista desconocido por los mexicanos de hoy.
El peor escenario. Lo alertan ya las reacciones internacionales y la prensa global: a la ruta 1) del monopolio del poder sin limitaciones, ni elecciones reales, ni competencia, ni alternancia, se agregan, 2) un creciente control militar de la vida civil; 3) una expansión territorial alarmante de los cárteles criminales, y 4) una vasta penetración de exponentes de estas bandas en las estructuras políticas de varios estados. Una pregunta clave inquiriría sobre previsibles turbulencias de todo tipo por las reacciones de una ciudadanía, una economía y un entorno internacional que no hallarían cabida en la horma de este escenario mexicano.
La cólera presidencial: el refrendo. A falta de argumentos y de equilibrio y compostura ante la alta marea ciudadana, el jefe del Estado montó en cólera y atacó a la gente que colmó las plazas de un centenar de ciudades. Simuladores, privilegiados, corruptos, llamó a los asistentes, y, textual, celebró a los carteristas que pudieron bolsearlos por su supuesta condición de delincuentes de cuello blanco. Luego exhibió en la pantalla de la sede del supremo poder del Estado, entre afrentas e injurias propiciatorias de linchamientos populares, en formato de galería de criminales más buscados, a quienes identifica como enemigos del pueblo, por su real o supuesto papel en la movilización ciudadana. Y el presidente refrendó así la prefiguración del peor de los escenarios.