Lo que le faltaba. Esta semana la oposición rompió el cerco del monopolio del Presidente como definidor de la conversación política nacional. Lo hicieron los líderes de PRI, PAN y PRD, desde Washington, junto con el candidato y nuevamente prospecto presidencial Ricardo Anaya, éste, desde algún lugar a salvo de una persecución penal que el presidente se esmera, con su estentórea animadversión, en asumir como persecución política. Así el presidente se deja ver transitando de una ventajosa y con frecuencia alevosa ofensiva de escarnio, burlas, injurias y otros agravios contra sus críticos y opositores, a una incómoda posición defensiva frente a enjuiciamientos abiertos en el plano internacional.

Esto lo rebasa y lo hace ver fuera de forma, entre aturdido e iracundo. Las denuncias en la OEA sobre presuntas relaciones peligrosas con el crimen, de él o de su partido; su comprobada embestida contra las instituciones democráticas, incluyendo la prensa independiente, y la reiterada manipulación del ejercicio de la acción penal para eliminar competidores políticos han colocado al régimen del presidente López obrador en un aparador mundial con malas compañías: las dictaduras de la región. Nada más le faltaba un opositor perseguido en campaña por el mundo y el presidente no titubeó en aportarlo al escenario internacional.

Narcoelección y narcoinformación. Pero no sólo no es politiquería, como dice el Presidente, la denuncia de las elecciones de junio como contaminadas por la activa participación de los cárteles del crimen, al lado del partido oficial, en diversas, extendidas regiones del país. Es apenas la punta del iceberg. Por ejemplo, junto a la brutalidad de las estampas de violencia criminal para forzar los votos, presente en la relatoría del frente opositor, estremece también la ‘normalidad’ con que medios de comunicación de algunos estados reseñaron la presencia de líderes y grupos criminales como factores reales, legítimos de poder, determinantes en la decisión de candidaturas y en los resultados electorales en favor de personajes de Morena y acompañantes.

En efecto, con la naturalidad con que en el pasado se medían las posibilidades de éxito o de fracaso de un aspirante en función de sus relaciones con actores y grupos políticos, económicos, religiosos, sindicales, universitarios…, esta vez cambiaron los referentes de cálculos y pronósticos de triunfo o derrota en las luchas —o guerras— por cargos de elección. Y así se dieron casos de columnistas destacados de medios influyentes en algunas regiones que evaluaron, como si formaran parte de las nuevas reglas del juego, el apoyo, la aprobación o el rechazo de uno u otro grupo o de alguna u otra de las personalidades criminales, como claves para anticipar vencedores y vencidos.

Narcoelección y narcocomunidades. Y en la medida en que, con esa misma naturalidad y sentido de normalidad se han interiorizado en la conversación de la gente de estas regiones la presencia y las acciones del poder criminal, e incluso se llega a exaltar su influencia en las decisiones políticas, también se ha criminalizado la esfera pública de estas localidades, que en algunos casos evolucionan como verdaderas narcocomunidades en expansión.

Narcoelección y narcoestado. Con OEA o sin OEA no parece viable liberar las elecciones de junio del peso del poder criminal presuntamente asociado al oficialismo. En unas semanas sus exponentes serán gobierno, como teme Héctor de Mauleón. Y, en efecto, gobernarán sus localidades con el lenguaje que conocen: violencia, extorsión, levantones… sí, los rasgos de un narcoestado. Eso sí: estarán en un aparador frente al que la esfera pública global se cuestionará el sentido de la absolución del presidente a las bandas que se portaron bien, dijo, en la jornada electoral de junio.

Profesor de Derecho de la Información, UNAM.