Revaloración de la dignidad sobre la incondicionalidad. Con el fracaso de su postulante a presidir la Corte, declina también la capacidad de engaño del lenguaje del Presidente. Y contra su pirueta retórica para presentar como prueba de no intervención en las decisiones del Poder Judicial, la derrota de su intrusiva campaña pública para imponer a una desacreditada ministra, incondicional del Ejecutivo, en la presidencia del tribunal constitucional, sobresale la realidad de una votación que expresó con elocuencia el rechazo a la imposición del prospecto insostenible de palacio. Y contra el intento de presentar, como muestra de respeto a la autonomía de la Corte, el triunfo de una ministra independiente, Norma Piña, que ha argumentado y votado sistemáticamente por invalidar leyes inconstitucionales promovidas por el Presidente, AMLO mismo puso de relieve, involuntariamente, un cambio de paradigma en la cultura institucional: la revaloración interna y el reconocimiento externo de la independencia y la dignidad sobre la identificación incondicional y la lealtad a ciegas exigidas por el Presidente a los servidores del Estado y a todo el que se deje.
Esfera pública frente a excesos públicos. El desenlace de la elección de la cabeza de la Suprema Corte marcó precedentes mayores en la resistencia de las instituciones de la República y de la sociedad civil para contener la fuerza de la regresión autocrática. Este capítulo mostró a una mayoría de ministros dispuestos a mantener (en algunos casos, a recuperar) su independencia. E hizo patente la existencia de una esfera pública (ese espacio en que los particulares cuestionan y exigen cuentas a los poderes) alerta como pocas veces a los sesgos y excesos del poder. Una esfera pública ávida, además, de escudriñar en los secretos de los poderosos. Por eso, la primera presidenta de nuestro tribunal constitucional en la historia no sólo establece un gran hito de género. También es la primera vez que es derrotada públicamente una también pública intromisión presidencial —insolente, prepotente— para tratar de determinar, a la vista de todos, el resultado de una elección que sólo corresponde al pleno de ministros. Y así, la más reciente derrota presidencial es deudora de este rasgo inaugural de una nueva sociedad decidida a no ceder los terrenos ganados en la supervisión de poder. Esto es lo que el Presidente confunde con “guerra de potentados, medios de información, columnistas e intelectuales vendidos…” contra su (además, inapropiada) candidata a presidir la Corte.
Los vehículos de la esfera pública. Al contrario de la diatriba presidencial, un vehículo de esta nueva esfera pública es el despertar de la participación crítica del rico universo intelectual del país, denostado sistemáticamente por el presidente y perdido para su causa y su régimen. De allí vino esta vez Guillermo Sheridan con el descubrimiento de un oscuro secreto —aún no totalmente dilucidado— en la tesis con la que se recibió como licenciada en Derecho la carta fallida de palacio para consolidar el control de la Corte. El otro vehículo por excelencia de la esfera pública se constituye en las democracias con una prensa y unas redes sociodigitales independientes que, en este trance, llevaron esta historia al primer plano de la agenda pública por dos intensas semanas, a pesar de la desmovilización del debate público propia de la temporada. Seguramente nunca, ni en la derrota anterior del Presidente en los terrenos del poder judicial, tras su pública, extravagante incitación —también fallida— a los ministros a violar la Constitución con una prórroga en la presidencia de la Corte, de su enlace, llamémosle, el ministro Zaldívar, hubo tal involucramiento social en la suerte de ese poder vital de la república. Enhorabuena.